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64 HEGEL REDIVIVO bía mutilado el pasaje aislándolo de su contexto. Dentro de éste se neutralizaba una impresión tan hiriente como le había producido. Y culpaba no menos a los pocos conocimientos gramaticales de su autor, — ¡que debiera haber puesto el símil en subjuntivo!— para impedir extravagantes interpretaciones, como la de que la flor nada deba al capullo y nosotros a nuestros padres, cuando quería decir exactamen- te lo contrario. Al ocasionar el malentendido, Hegel, y su secuaz Troxler, habían dado paso al complejo de Melquisedec, presentando las realidades naturales sin padre, ni madre, ni genealogía. Con aspavientos de otra índole, de los que probablemente nun- ca se arrepintió, saludaba Schopenhauer la aparición de la famosa ló­ gica. Al remitir al editor K. F. E. Frommann su disertación doctoral sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente (1813), le de­ volvía el ejemplar de La ciencia de la lógica, que aquél le había pres­ tado, con esta mordaz apostilla: «No lo hubiera retenido tanto tiem­ po, de no saber que usted la lee tan poco como yo». En el año mencionado le nació a Hegel su hijo Carlos (en 1812 había nacido y muerto una hija, primer fruto de su matrimonio). En 1814 vendría al mundo su benjamín, Emmanuel. El filósofo vivía feliz con su familia, dedicando el tiempo que las tareas gimnasiales le dejaban libre, a perfeccionar sus escritos o encuadrarlos en márgenes más amplios. Pronto vio la luz la segun­ da parte de la lógica, saludada con reacciones semejantes a como lo fuera la primera. El teólogo de Kiel, A.D.C. Twesten, más tarde su­ cesor de Schleiermacher en Berlín, se dirigía a este último en busca de orientación sobre las ’asombrosas’ ideas que veía desarrolladas en ella. «No todo se comprende — escribía— y lo que se entiende se pa­ rece más a un juego de malabarismo que a una especulación inteli­ gente y útil». El consultado estaba en peor situación que él, pues no la había leído; sin embargo, no dudaba en coincidir con Twesten, ba­ sándose en las recensiones adversas que había visto. Tal vez fuera una de ellas la publicada por Fries en los Heidelberger Jahrbücher, aplaudida por Jacobi. Si Hegel seguía en Nuremberg viviendo tranquilo y contento como padre de familia, no tenía tanta suerte como rector, debido a que las exigencias del régimen eran difícilmente realizables: « De diez, apenas puede cumplirse una, de donde provienen malos tratos.

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