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6 0 HEGEL REDIVIVO montorio de serenidad y buen juicio en medio del oleaje nacionalista y romántico, y el mismo que en plena guerra europea de liberación antinapoleónica se querellaba contra él, entonaría años más tarde la mejor palinodia de glorificación postuma. En 1855 escribía G.H. Schubert, rememorando «el simpático trato» con Hegel en Nurem- bert: «Era un espíritu de capacidad extraordinaria y de una sabidu- ría profunda, un hombre de carácter noble, constante, formal en sus palabras, y justo con los demás. No por su edad, pues me llevaba só lo diez años, sino por la madurez de su ánimo, pudiera ser mi padre; por la habilidad y discreción con que se conducía en su cargo, mi ejemplo y modelo. En sus alumnos supo despertar la razón y habi tuarlos a usar con destreza las fuerzas de su inteligencia... Los cono cimientos filosóficos que les proporcionaba, se avenían, por su forma sencilla y más elemental constitución, a sus destinatarios... Quien no lo haya conocido más que en la cátedra o a través de sus escritos, no pudo hacerse idea de su amabilidad en el trato personal, de su juicio certero en los asuntos cotidianos, y de su ingenio». Da prueba de ese ingenio y buen humor, que originó numerosas anécdotas, la ocurrida a Hegel, al poeta danés A. Oehlenschláger y a un catedrático de botánica. Paseaban los tres por el campo en un día muy caluroso de verano y, para aplacar la sed, saltó el botánico la cerca de un huerto, de donde volvió con abundante fruta. Burlona- mente el poeta le tachó de ladrón y salteador, a lo que repuso el in terpelado, mostrando la boca llena de cerezas y grosellas, que se dolía de su pecado. En esto, medió el filósofo con la observación de que a un profesor de botánica le pertenece todo el reino vegetal y, por tan to, sus frutos. Además, «si alguien le tachare de ladrón, bastará que diga estar haciendo expreriencias en su campo». Mas no todas las noticias de la doxografía hegeliana son tan be névolas como las reminiscencias tardías. Cuando en esos recuerdos palpita aún la atmósfera del presente por haber sido escritos bajo su presión y pasión, asoma a veces en ellos la indiferencia, la sátira y el chiste o anécdota maliciosa. A comienzos de 181 o, por ejemplo, co municaba C. Brentano a J. von Goerres las impresiones de su paso por Nuremberg, para decirle que había topado allí con el honrado y tosco Hegel, que se entretenía en leer poemas heroicos y Nibelun- gos, traduciéndolos, al leerlos, para gustarlos mejor..., al griego.
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