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G. ZAMORA 5 7 berg. Uno de sus íntimos, F.I. Niethammer, se lo notificaba a Schel- ling el 13 de marzo de 1807: «El (Hegel) está nuevamente con nos­ otros desde ayer tarde. ¡ Cuánto me alegra haber conseguido sacarlo de la desolada Jena! Pues una vez en tierra bávara, podrá pronto va­ lérselas por sí mismo. De momento está a cubierto, al menos, del hambre, y, en todo caso, lo mejor era sacarlo de allí». Goethe se re­ gocijaba también con esta noticia, y más aún con la del fin que inicial­ mente lo llevara allí — el alumbramiento de su esperada obra— pues el poeta ardía en deseos de acariciar a la criatura; mas tanto como ape­ tecía una presentación genuina del sistema, temía por los resultados reales en punto a claridad de expresión. ¿No seguiría una cabeza tan excelente con las mismas dificultades de comunicarse? No obstante, al árbitro del buen estilo alemán en prosa y verso le parecía excusa­ ble, hasta cierto punto, el sacrificio de la perspicuidad por afán de se­ guir el curso de la razón hasta en sus mínimos meandros. «A los fi­ lósofos intelectualistas (Verstandesphilosophen) les ocurre, — y es fuer­ za que les ocurra— que escriben oscuro de puro amar la claridad. Pues al querer razonar cada enunciado de punta a cabo... se parecen a quien se empeñara en seguir la corriente de un río desde la desem­ bocadura a las fuentes: el tal se perdería entre los arroyos y riachue­ los que en él vierten y, después en sus ramificaciones, con lo que al final se habría apartado de su objetivo, perdiéndose in diverticulis. Aristóteles le parecía, en parangón con Kant y Hegel, todavía mode­ rado en ese defecto. Niethammer había vaticinado que Hegel podría en Bamberg va­ lérselas pronto por sí mismo. No se equivocó, pues al poco tiempo le confiaban la dirección del Bamberger Zeitung, periódico local con am­ plia proyección en Baviera, y del que podía esperar unos honorarios decentes. El nuevo puesto de trabajo le brindaba, además, la pales­ tra ideal para aligerar el estilo y cultivar esos dones de comunicación — claridad, brevedad, párrafo conciso— que sus críticos echaban de menos. A éstos les deparó buena ocasión el año 1807, pues al fin tenía ante sí, en el mes de abril, la pieza codiciada para lanzar sus arpones. El discutido genio filosófico, tan lento en madurar como desafortu­ nado en la presentación de sus frutos, acababa de lanzar al mercado su anunciada Fenomenología. Las primeras reaciones del mundo fi-

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