PS_NyG_1971v018n001p0039_0081

5 6 KEGEL REDIVIVO traban en fase de gestación más avanzada que la Lógica ; sólo sus ja- Iones principales, si bien en desarrollo dialéctico, asomaban ya oral­ mente, y aun esto lo hacían de modo distinto a como luego los pre­ sentaría la Enciclopedia. Jena se encontró envuelto desde 1805 en las guerras napoleóni­ cas, con el acuartelamiento en ella de algunos regimientos prusianos. A Hegel se lo vio pronto callejear con curiosidad, en compañía de otro profesor, mezclándose con la tropa en la rúa o en el mercado. Al pa­ recer, las águilas de Napoleón le hubieran caído más en gracia que el oso de Berlín. Una noche de invierno irrumpieron en el aula, atraídos por la luz que se difundía hacia afuera, algunos soldados en busca de alojamiento; Hegel, que dictaba su lección de historia de la filoso­ fía, se interrumpió un par de minutos, y luego tronó ex cathedra, con gesto displicente para los invasores: « ¡Ya está ocupado!». Dominada la ciudad por los franceses y semidestruida, el filó­ sofo estuvo en el otoño de 1806 a pique de lo peor, librándose de la muerte porque im laureado con la cruz de la legión de honor atendió su ruego de que lo agraciara por amor a aquella insignia. En pago Hegel les ofreció de comer y beber cuanto tenía. Y cuando el fantasma de la soldadesca desapareció, pudo verse correr al profesor que, seguido de su criada con un cesto a la espalda, buscaba refugio en la casa del padre de Gabler, prorrector, y por ello más respetada. Ciudad y uni­ versidad se vieron tan inundadas por los horrores de la guerra como muchas españolas en igual caso dos años más tarde. La vida ecadémi- ca cesó prácticamente, y el padre de la Fenomenología del espíritu, que veía la luz con tanto desasosiego, marchó a Bamberg para cuidar de cerca su impresión. Muerto Hegel, se recordaría cómo había pues­ to la firma a su opus magnum entre el fragor de los cañones de la ba­ talla de Jena, y cómo había sido incluso detenido por las tropas que penetraban en la ciudad, cuando escapaba a poner su obra en manos del editor... Los trastornos de la contienda lo habían dejado literal­ mente en la calle: sin casa, sin cátedra, sin dinero. Goethe hubo de escribir el 24 de octubre de 1806, desde Weimar, que se le socorrie­ ra a cuenta suya con diez táleros. En esa situación, la vida en Jena tenía muy poco de halagüeña y Hegel, al igual que otros profesores, amigos y discípulos, prefirió no volver a ella, y establecerse en Bam-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz