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G. ZAMORA 55 entre nubarrones, y vierte su luz sobre una zona del paisaje ya som- brío, iluminándolo y extinguiéndose — o ’negándose’— a la vez ...» Este encantado oyente asistió, entre otras disciplinas, a su ex- plicación de las matemáticas, clase poco concurrida, y de la historia de la filosofía, frecuentada por treinta o cuarenta alumnos. Aquéllas le parecieron claras como el agua, merced a la exposición «conceptual» de Hegel. La historia de la filosofía dejó de ser el clásico centón de datos inconexos para cobrar en boca de Hegel la condición de un en- granaje necesario de ideas; este paso dialéctico de un sistema a otro y el estudio concienzudo de las fuentes constituían dos novedades no tables ante su auditorio, que se sentía sugestionado, especialmente por la dialéctica. «Recuerdo — refiere Gabler— cómo se traía a esce na por ese método una figura filosófica tras otra, se la dejaba estar y contemplar unos minutos, y se la conducía de nuevo a la tumba. Ello hizo exclamar cierta tarde a un mecklemburgués ya entrado en años, al final de la exposición: ’ ¡Pero esto es la muerte, y de ese modo acabaremos con todo !’ ’ ¡La muerte, sí — repuso otro— , mas en esa muerte yace la vida, que surgirá para desplegarse más espléndida». Es que el sistema, en su conjunto, era todavía para los más de esos jóvenes hegelianos un verdadero caos, en el que de tarde en tarde resplandecía un relámpago de orden, según la metáfora de Hölder lin. Como uno de ellos declaró en un rapto de sinceridad, del absoluto no entendía absolutamente nada, ni distinguía aún si se hablaba allí de «patos o de gansos...». N i siquiera habían comenzado a percibir la diferencia entre el sistema de su maestro y el de Schelling, emi grado a Wurzburg. La sorpresa fue por ello mayúscula para muchos, cuando vieron colocarlo en el banquillo de las filosofías condenadas por defectuosas y superadas por la hegeliana. De sus obras mayores, durante el período de Jena, la Lógica ha llábase en forma muy embrionaria, iban perfilándose las Lecciones so- bre la historia de la filosofía, que comenzó a explicar en otoño de 1805, a partir principalmente de un agudo estudio de Aristóteles, y tomando cuerpo definitivo la Fenomenología del espíritu, que en fe brero de 1806 comenzaba a imprimirse en Bamberg, habiendo dis puesto su autor que los discípulos pudieran adquirir los pliegos de la misma por separado en la librería de la Universidad, según fueran apareciendo. La filosofía de la naturaleza y la del espíritu no se encon
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