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G. ZAMORA 53 la fama de Hegel y de su colega Fries no creciera demasiado, pues en caso contrario, «nadie en Jena se acordará de mí». Así ocurrió. A principios de 1805 le escribía un testigo de aquella eclosión que He- gel, «pronto profesor», era muy alabado y apreciado de sus oyentes. Poco después le comunicaba otro que ambos rivales habían sido pro- movidos al puesto de «profesores extraordinarii philosophiae», por lo cual era vana toda ilusión de que se nombrara pronto a un tercero, y menos con sueldo, pues los «extraordinarios» apenas cobraban al­ guno en aquella universidad. Cerrada esa puerta, y probablemente acuciado, como tantos otros congéneres, «pro pane lucrando», el pa­ dre de quince hijos — incluido el krausismo español, aue sería Fede­ rico Krause— puso proa hacia Dresde, donde pudo anclar y sentar cá­ tedra hasta 1814. ¿Qué actitud tomaban en torno a Hegel o frente a él los nume­ rosos oyentes de sus lecciones? Ya el hecho de que fueran «numero­ sos» significaba un tanto muy positivo, aunque no todos estuvieran de acuerdo con lo que oían, o pudieran seguirlo. La impresión de sus clases sobre algunos de esos oyentes en los primeros años de Jena, cuando todavía Hegel aparecía a la sombre de Schelling, y la reac­ ción frente a las de éste mismo, se refleja, en el orden religioso, en es­ ta confesión de uno de ellos que asistió al curso de invierno de 1801-2, de Hegel, sobre lógica y metafísica, y al «disputatorium» dirigido por Schelling-Hegel sobre la idea y límites de la verdadera filosofía, du­ rante el mismo semestre: «...D ios, fe, redención, inmortalidad, tal como se asentaban antes en mí, se resistían a armonizarse con la nue­ va enseñanza, e incluso parecían contradecirla; pero Hegel, a quien Schelling había atraído pronto, nos había recordado en el dintel del curso las palabras de Dante: Lasciate ogni speranza voi ch’entróte». Otro de esos oyentes del efímero tándem Schelling-Hegel recor­ daba entusiasmado, muchos años después, la plétora de vida univer­ sitaria en el círculo de ambos maestros, dentro del cual había encon­ trado la felicidad más grande de su vida. Al marcharse de Jena Schelling en 1803, fue tomando mayor re­ lieve el papel de Hegel en el antes círculo común, y resaltando lo que en realidad no lo era: Hegel enarboló insensiblemente bandera propia, y los discípulos notaron esa recesión de su sistema, aferrándose no po­ cos a él con fervor proselitista. Como escribía en 1805 uno de ellos

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