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G. ZAMORA 51 del ’donde las dan las pagan’, acogiéndose algunos al subterfugio del golpe y contragolpe. Así actuó J. J. Wagner, autor de una muy ruda contra la Diferencia, por lo que esperaba con curiosidad el efecto de su provocación, firme en su máxima de replicar al autoritarismo con autoritarismo. Quizás basado más en ese principio de autoridad que en razones, se inclinaba Wagner a favor de Fichte, alegrándole sobremanera la noticia traída de Berlín por el célebre naturalista da- nés Ch. Oersted. Según contaba, le había dicho Fichte que ni Sche- lling había comprendido su Doctrina de la ciencia, ni él necesitaba leer la Diferencia hegeliana. Esas primeras escaramuzas intelectuales no impedían al surgen- te titán y árbitro espontáneo del filosofar que desde la pequeña ciu­ dad de Jena comenzaba a zaherir a toda la tradición filosófica inme­ diata de su país, participar muy activamente en la vida local de so­ ciedad. Y, si de la mano del eros de la verdad se había puesto a en­ derezar entuertos a diestra y siniestra, de la mano del otro eros no mostraba demasiado desdén por incurrir en ellos. O es que ambos al­ ternaban románticamente en el alma del filósofo solterón. Carolina Schlegel escribía por entonces a una amiga: «Desde que te fuiste, invito cada tarde a un huésped, y sólo quería comunicarte que Hegel se muestra ahora extraordinariamente alegre y se lo ve en la plenitud de su gloria». Ambas se chanceaban de él en su correspondencia, o alteraban el destino de cosas enviadas a su nombre, como golosinas o salchichas, sintiéndose el pensador más feliz con los saludos y demos­ traciones que los acompañaban, si venían de una dama, que con la mercancía efectiva. En el año de su divorcio escribía la citada: «En la ’sociedad’ de aquí anda todo tan sin orden ni concierto, que hay cada día nuevas alianzas y nuevas rupturas, todo marcha de cabeza... Móller se ha vuelto completamente loco, pues hasta ahora lo estaba sólo a medias. Hegel hace el galán y el chichisbeo general...». En ese ambiente de laxitud moral le nacería en 1807 su hijo ilegítimo, Luis. Cada nuevo año aportaba nuevos conocidos, o intensificaba la amistad con los más ilustres de aquel abigarrado mundo cultural. El de 1803 está surcado, en tomo a Hegel, por el rastro de algunos en­ tre los más proceres, como Schiüer, W. von Humbolt, Schleiermacher, Goethe, Madame Stael, y otros, en cuya constelación iba engastándo­ se el brillo tan profundo como oscuro que, según Schiller, irradiaba

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