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T r a n s c e n d e n c i a d i v i n a y v o l u n t a r i s m o En el panorama de un mundo de pensamiento cada vez más esclavizado por las realidades materiales podría aparecer como un residuo ya trasnochado y utópico el intento de seguir dando valor a concepciones idealistas que trataron de sojuzgar la totalidad de lo existente con sus esquemas «a priori». Parece que el hombre — filósofo o científico— de hoy no quiere imponer ideas preconce bidas a la realidad que se defiende por sí misma por el hecho de ser realidad. Se juzga como única actitud correcta la de recibir impresiones. Pero la verdad es que para esto —para recibir impresiones— el hombre de nuestro mundo sólo se digna ofrecer el flanco de su interés material. Y por esta razón, lo que podría significar humildad reverencial frente a los datos, renunciando a avasallar las cosas con imposiciones egolátricas, se convierte en una huida de sí mismo, de la propia autenticidad: un cerrar la puerta de acceso al único que puede avasallar al hombre, no para humillarlo, sino para sal varlo: Dios. El gran teólogo cristiano que da un «no» rotundo, estentóreo, profètico a esta situación es Karl Barth. El misterio de Dios, su revelación no tienen, según él, nada que ver con los esfuerzos de la razón humana. Dios, al revelarse, se impone al hombre, y éste no tiene otro recurso digno más que dejarse avasallar. Para ello se necesita una humildad radical. Todo empeño de explicar cosas di vinas desde filosofías humanas es pretensión blasfema de sojuzgar el misterio divino. Después de Barth la teología radical da un bandazo a su modo. Tiene raíces bien conocidas en la filosofía heideggeriana pasando por la teología de Bultmann. Según esta corriente, toda hermenéu tica, razonamiento y teología ha de partir de una comprensión de la existencia: y luego termina por reducirse a un retorno a la com prensión de esa misma existencia. Se la podría resumir en un «no», en una negativa a profundidades prestadas. Y lo que en principio comienzan por aplicar al lenguaje, llega pronto a empequeñecer peligrosamente las ideas. Ante la realidad se mantiene un miedoso escepticismo para que la lógica no lleve a un ateísmo flagrante,
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