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380 SIM BO LO Y A N A LO G IA porte para que establezcamos referencias entre símbolo y realidad simbolizada. Esto, incluso, dentro de la misma función emotiva o expresiva del lenguaje. La analogía de atribución como la de proporcionalidad son también fuentes originales del campo sim­ bólico. Dígase lo mismo de la zona cultural o histórica en que se vive. Símbolos profundos y reveladores para hombres occidentales pueden carecer de sentido para los enmarcados en áreas asiáticas. El juego de la libre convención es el fundamento mínimo de rela­ ción en donde también, a veces, el símbolo cobra posibilidad y sen­ tido. El símbolo es percibido solamente, cuando uno se instala dentro del campo simbólico. Quien va al teatro sin propósito de participar en el juego de la fantasía, la actuación del comediante y el desarrollo de la pieza dramática le resultará ridicula y absurda. Quien no sea cristiano, no percibirá jamás la cruz como símbolo de redención. La realidad simbolizada es el tercer elemento metafísico que entra en la constitución del símbolo. Característica fundamental suya es la de presentarse, en su riqueza entitativa, como desbor­ dando todas nuestras categorías cognoscitivas y emocionales, de­ jándose sólo apresar mediatamente. A través de la realidad sím­ bolo en que se deja entrever de forma umbrátil y oblicua. Como algo que sólo puede ser vislumbrado, nunca poseído en su total riqueza. Y esto vale no sólo en el ámbito religioso, sino también en el poético y en el científico. Así, por ejemplo, ya Kant era lo suficientemente ilustrado como para indicar que lo que se piensa ordinariamente según el entendimiento puro debía contarse en su mayor parte como conocimiento simbólico. El problema del sim­ bolismo en la ciencia es el de su naturaleza y alcance. Los símbolos matemáticos y sus fórmulas no son la naturaleza, pero ésta puede en última instancia ser dominada y controlada por el uso de ellos. Hay quienes sostienen que toda la ciencia es una suerte de sim­ bolismo. Cuando de la filosofía se trata, estas ideas cobran mayor validez. Y esto, en virtud de la riqueza entitativa del objeto formal filosófico y de su latencia en todo objeto penúltimo. Por su riqueza entitativa, el objeto formal filosófico se presta ya al simbolismo; en razón de su latencia, todo objeto penúltimo está como preñado de relaciones simbólicas delimitadoras del campo contextual res­ pecto del objeto formal filosófico7. 7. X . Z u b ir i, N a tu r a le z a , H is to r ia , D io s . M a d rid 1944, p . 149ss.

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