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V IC E N T E M U Ñ IZ 379 teles), metafísico (escolásticos), filológico (M. Müller), psicológico (Locke), lógico (Leibniz), sociológico (Steinthal, Wundt), termino­ lógico (Baldwin, Husserl) e independiente (Marty, Peirce, Mauthner, Taine) del signo, ha habido las correspondientes interpretaciones del símbolo. El segundo se instala de manera muy específica en el ámbito religioso, en donde se da una tendencia natural a identificar el icono con lo simbolizado 5. Es rico en enseñanzas, a este respec­ to, el hecho de que niños ya desde poco después del término de la primera infancia y adultos de actitud no crítica, acostumbran a suponer que los seres representados por los iconos o símbolos son tal como aparecen en ellos. El demonio es un ángel con cuernos, rabo y tridente. San Pedro es un anciano con llaves. La idolatría de los pueblos primitivos, sin duda alguna, tendría mucho que ver con esta identificación entre símbolo y simbolizado, esencial en lo religioso6. Esta conexión que se establece entre símbolo y realidad sim­ bolizada, cuyos extremos son el mero signo y la participación esen­ cial, revela los aspectos objetivos y convencionales integradores del símbolo. Los primeros penden de la relación auténtica y objetiva que en mayor o menor grado pueden existir entre símbolo y cosa simbolizada. Los segundos, de la libre convención humana a través de su historia y civilización cultural. Tomemos el ejemplo paloma. No cabe duda que entre la paloma y la paz se dan ciertas relaciones objetivas. La paloma es una realidad apta para servir de símbolo a la paz. Las notas esenciales que el hombre proclama, al desear la paz, se encuentran en la paloma. Ella es mansa; rehuye toda clase de lucha, se aviene a la coexistencia pacífica con las demás aves, mientras ésta no le sea perjudicial. El vuelo veloz de sus alas está muy de acuerdo con el ardiente deseo humano de una paz pronta y extensible a toda la tierra. Bien es verdad que exis­ ten otros animales con estas notas. Pero el hombre, — he aquí el aspecto convencional del símbolo— , ha elegido en cierto modo arbitrariamente la paloma, como símbolo de la paz. Si contrapo­ nemos la paloma al lobo se resaltará el aspecto objetivo de la rela­ ción paloma-paz. Si, en cambio, colocamos la paloma junto a la mansedumbre del cordero se acentuará lo convencionalmente hu­ mano en la elección de los símbolos. El campo simbólico viene dado de muy diversas maneras. A ve­ ces es el mismo sistema lingüístico quien nos ofrece la base o so- 5. M. Euade, L o sagrado y lo profano, Madrid 1967, p. 31ss.; G. van der Leeuw, o. c., p. 155ss. 6 . W. P oll , o. c., p. 431ss.

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