PS_NyG_1970v017n003p0373_0389

V IC E N T E M U Ñ IZ 387 fectamente diversos con anterioridad a la visión que de él tienen los hombres. A estas categorías corresponderían paralelamente las categorías-calco del lenguaje. La teoría onomatopéyica e imitativa del origen de éste vendría a reforzar estas ideas. Pero sucede que las onomatopeyas nunca forman elementos orgánicos de un siste­ ma lingüístico. Su número es, por lo demás, mucho menor de lo que se cree. Voces que hoy consideramos onomatopéyicas no lo fueron en sus orígenes 20. A cada lengua corresponde, por el contra­ rio, una organización particular de los datos de experiencia, según la cual éstos son captados y representados por la mente. Por esto, aprender otra lengua, diversa de la idiomàtica propia, no es poner nuevos rótulos a objetos conocidos, sino acostumbrarse a analizar de otro modo aquello que constituye el objeto de comunicaciones lingüísticas. Con todo, hay que destacar algo común en el proceso de organización de una lengua: la función universalizadora de la mente. Sin ella, la representación de las cosas quedaría siempre en experiencia particular, en imagen. No pasaría a idea abstracta, im­ pidiendo así la elaboración de todo auténtico conocer humano2I. El lenguaje, en su función representativa, aparece como siste­ ma organizado de signos a través del cual la mente humana aborda la realidad. El signo en el lenguaje no une nombres y cosas, sino conceptos e imágenes acústicas o lo que se llama para mayor cla­ ridad significante y significado. El signo es la totalidad de ambos. Por ello la palabra como signo significa, es decir: designa y con­ nota. Remite, refiere, apunta a la cosa y nos da un contenido con­ ceptual, con precipitados intuitivos y sensoriales de ella. Vemos así que la función del signo no queda en mera deixis, sino que va cargado de contenido conceptual. Pero el signo significa siempre dentro de un universo de sentido y comunicación, similar al uni­ verso de sentido y comunicación que tiene la persona a quien se dirige nuestra expresión. Si alguien enuncia la afirmación «el sol sale y se pone», y su oyente replica «el sol ni sale ni se pone», no cabe duda alguna que ambos interlocutores se sitúan en universos de sentido diverso: uno, vulgar; otro, científico. Hablan diversos lenguajes. Entre los caracteres lingüísticos del signo conviene subrayar, por su conexión con el símbolo, los de arbitrariedad y movilidad. La arbitrariedad hace posible la movilidad del signo y ésta la sim­ bolización a través de la metáfora. El carácter de arbitrariedad no 20. A. Martinet, Elementos de lingüística general, Madrid 1968, p. 17; F. DE Saussure, o. c., p. 132. 21. W. M. U rban , o . c „ p. 92ss.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz