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ANTONIO PINTOR-RAMOS 327 toda la polémica con el gnosticismo por el esfuerzo intelectual que supone en el cristianismo, pero este tema nos desborda. Desde entonces coexisten en el cristianismos dos corrientes: una no duda en echar mano de los elementos profanos más hete­ rogéneos para explicitar el dogma; la otra no se cansa de advertir que el cristianismo es esencialmente algo más que un sistema pura­ mente intelectual y todas las determinaciones conceptuales no lo­ grarán apresar su mensaje profundo, sino que más bien lo enmas­ caran. Podemos tomar como ejemplo extremo de la primera la corriente del protestantismo liberal, la de un Harnack, que preten­ de reducir el cristianismo a un puro racionalismo. Contra ella reac­ cionará, también extremosamente, la llamada «teología dialéctica», capitaneada por Karl Barth, para la cual «el Anticristo es la analo­ gía del ente», es decir, la intromisión en el cristianismo de con­ ceptos paganos y helénicos. Basten estas breves indicaciones. Ahora veremos la consuma­ ción de estas directrices con la secularización de la visión cristiana en un ambiente cultural distinto y más próximo cronológicamente a nosotros. III.— LA CIENCIA CONTRA EL MITO El positivismo es la formulación definitiva de una visión del mundo cuyos orígenes se pueden rastrear desde los primeros años de la edad moderna. Ya la primera formulación del método expe­ rimental moderno en Bacon de Verulam presenta el camino del conocimiento como una progresiva liberación de los distintos «idola». En el positivismo confluye el mecanicismo de origen car­ tesiano, la nueva actitud ante la naturaleza que imponen las cien­ cias positivas y los desarrollos gnoseológicos del empirismo, todo ello tamizado por la revolución kantiana. Quizá sería conveniente dedicar un párrafo especial a la Ilustra­ ción, tomar en cuenta su formulación de la ley del progreso (Vol- taire, Condorcet, Fontenelle ,etc.), su oposición a toda religión reve­ lada en nombre de la «religión natural», el deísmo de origen inglés y, de modo especial, teorías como la expuesta por Dupuis en su Origine de tous les cuites (1794). Quizá habría que examinar la crítica de Feuerbach a la religión y la labor crítica de la escuela de Tubinga, sin olvidar al solitario Vico. Pero, para nuestro pro­ blema, todas estas corrientes confluyen en el positivismo que tiene la ventaja de reunir una escuela de mitólogos perfectamente carac

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