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ANTONIO PINTOR-RAMOS 325 que tiene que conseguir es que no se le confunda con uno de tantos cultos oscuros, de origen oriental, que pululaban en el sincretismo religioso del final de la Antigüedad. El Cristianismo se define a sí mismo como «historia verdadera», es decir, como fundado en una serie de acontecimientos que se han dado realmente en el tiempo y de los que existen documentos fidedignos; frente a la historia verdadera, los «mitos» no son más que fábulas creadas por los poetas, según una expresión evemerista que, a través de Varrón, pasa a San Agustín43. Los cristianos se ven obligados a aducir esos documentos y para ello se necesita una labor de expur­ gación para separar los libros canónicos de los apócrifos; éstos últimos están llenos de «mitos». Caso precoz de crítica histórica es el gnóstico Marción que, después de un exigente examen de los evangelios, concluye que sólo es auténtico el de San Lucas. Pero aquí hay una cierta ambivalencia que explica posturas como la de Bultmann; el historiador puede constatar que en tal época hubo un personaje llamado Jesús que murió crucificado, pero escapa a los datos puramente históricos la afirmación de que se trataba del Hijo de Dios o que resucitó de entre los muertos. Por eso Van der Leeuw propuso para esta «historia sagrada» el término «mito-historia» que lo distingue, tanto del mito, como de la his­ toria crítica en sentido actual. Esta contraposición entre «historia verdadera» y «fábula» tendrá luego gran extensión: define el «hom­ bre nuevo» frente al «hombre viejo», al «hombre espiritual» frente al «hombre carnal», a la «ciudad de Dios» frente a la «ciudad de Satán». Renunciar al cristianismo es renunciar a la Verdad, que no es primariamente adecuación del entendimiento y las cosas (eso es secundario), sino verdad persona!; es Cristo que dice «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6 ). La crítica a las con­ cepciones míticas será entonces radical y en los apologistas apa­ recen una serie de doctrinas a este respecto; nos fijaremos rápida­ mente en dos. El enfrentamiento del cristianismo con la cultura antigua, pa­ sados sus primeros años de clandestinidad, lleva a la necesidad de una apologética que justifique la superioridad del cristianismo. La contraposición «verdad-mentira» se hace en ellos tajante con su fervor de neófitos. El cristianismo es la Verdad, luego las doctrinas del paganismo son fábulas. ¿Cómo explicar entonces su existencia? Algunos apologistas responderán que son creación del demonio, el enemigo de Dios, que se sirvió de esta artimaña para combatir al 43. «Mythicon apellant, quo maxime utuntur poetae»: De civ. Dei, V I, 5.

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