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ANTONIO PINTOR-RAMOS 321 podía haberlo hecho de otra. El hombre se siente mucho más se­ guro en este mundo porque sabe que Dios es bueno y no desenca­ denará las fuerzas cósmicas contra él, a no ser que el hombre se obstine contra El y despierte su cólera; en un tiempo Yahvé se encolerizó y desencadenó un cataclismo cósmico — el diluvio— que está ahí para recordar al hombre que debe cuidarse de no provocar otro similar. Todo el poder mágico del mundo ha desaparecido; las fuerzas cósmicas no pueden nada por sí mismas y el que go­ bierna la inmensa bóveda de los cielos, el que rige los procesos de la fecundidad, es Yahvé; no tiene ya ningún sentido rendir plei­ tesía a tales fuerzas que son en sí mismas impotentes. En este sentido, y con lo que pueda tener de exagerada la «teología de la secularización», hemos de aceptar su idea de que el cristianismo es una lucha a muerte contra la perenne tentación a la mitificación, como perenne era la tentación del pueblo elegido a la idolatría, es decir, a divinizar lo que es criatura de Yahvé; en este sentido, quizá se pueda aceptar la idea de la misión «exorcista» de la Iglesia para desenmascarar los mitos que esclavizan al hombre34. Divinizar el cosmos o alguna fuerza cósmica es idolatría, es tomar por Dios lo que es tal, lo cual va contra el pacto del Sinaí y la severa prohi­ bición por Yahvé de fabricar ídolos; por eso, incluso teólogos ca­ tólicos pueden ver grandes valores en la secularización en tanto que nos ayuda a purificar nuestro concepto de Dios y no confun­ dirlo con sucedáneos siempre acechantes»35. Esto no es todo. El hombre no es una parte más del cosmos, sino un ser superior a todos los demás, pues fue creado a «imagen y semejanza» de Yahvé ( Gén 1, 26) y fue la obra con la que El quiso rubricar la creación. Yahvé creó al hombre para ser el rey de la creación, para poder gozar toda la belleza que El había creado y para que pudiese conocerle y amarle; tanto lo ensalzó que incluso se avino a firmar un pacto con él. Yahvé fue presen­ tando al hombre todas las cosas para que éste le «pusiese nom­ bre» ( Gén 2, 19-20), es decir, tomase posesión de su dominio sobre ellas: «Creced y multiplicaos y llenad la tierra; sometedla y do­ minad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y, sobre todo, cuanto vive y se mueve sobre la tierra» ( Gén 1, 28). El mundo ha quedado exorcizado y los espíritus que el primitivo veía en las fuerzas naturales han sido conjurados; el hombre no es un pro­ 34. Cox, H., La ciudad secular. Barcelona 1968, pp. 171-184 y toda la III Parte. 35. V. gr. Schillebegckx, E., Dios y el hombre. Salamanca 1968, pp. 31-56, 111-109, etcétera. Quizá un p oco simplista a veces, es sugestiva la tentativa de Tresmontant, C., Estudios de metafísica bíblica. Madrid 1961.

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