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320 EL MITO, HERMENEUTICA Y FILOSOFIA «Al principio creó Jahvé el cielo y la tierra». En este primer verso del Génesis está contenido un programa de desmitologización mucho más radical que el del mundo greco-romano y de un incal­ culable alcance. Con relación al universo mítico, nos encontramos ante una idea completamente revolucionaria, capaz de hacer esta­ llar una concepción de la vida que había hecho habitable el pla­ neta durante milenios. Para el hombre primitivo, el universo es un absoluto, algo que es así desde siempre y lo seguirá siendo, algo sagrado que guarda en su seno fuerzas que deben ser religiosamente respetadas y apla­ cadas porque están fuera del alcance del hombre y son capaces de aniquilarlo y barrerlo de la faz del planeta. El primitivo no tiene nada que se parezca a conciencia de su dignidad humana, sino que más bien se siente como un regalo del mundo y mendiga con oraciones y ritos su subsistencia a las fuerzas cósmicas para que estén a bien con él y no se enfurezcan; si esas fuerzas exigen sacri­ ficios humanos, los tendrán, aunque con ello se pierda la flor de la juventud de una sociedad. Por eso el primitivo tiene tendencia a mitificar y divinizar aquellas fuerzas naturales que se le presentan como más indispensables para su subsistencia o, por el contrario, como una gran amenaza. Divinidades solares, selénicas, ctónicas, de la agricultura, de la fecundidad, acuáticas, vegetales, etc., son otros tantos ejemplos de que están pobladas las distintas mitolo­ gías y religiones primitivas. Frente a ellas, el hombre se siente como un apéndice que debe humillarse y someterse. Los antiguos eliminaron eso en gran parte, pero la liberación siguió siendo incompleta porque, en definitiva, el mundo y el hom­ bre van a verse obligados a someterse a esa ley de necesidad, que evitará toda tentación de megalomanía humana y no le dejará otra alternativa que esa sumisión callada y resignada que propugna el sabio estoico en orden a la «apatheía» que es una resignación, cons­ cientemente aceptada, a lo inevitable, inmunizándolo de este mo­ do para que no pueda perturbar la paz del espíritu. Frente a esto, el pensamiento judío es un provocador reto de secularización. El mundo no es ningún absoluto, sino algo mediato que remite a otro fundamento al que también él está sometido. Exis­ ten leyes en la naturaleza, pero esas leyes no están fijadas por nin­ guna necesidad impersonal, sino por un Dios personal e infinita­ mente sabio que sacó el mundo de la nada sólo por un acto de su voluntad. Otra idea revolucionaria: el mundo no es eterno, sino que tuvo un comienzo; esto no lo pensaron nunca ni el primitivo ni el antiguo. El mundo está sometido a un Dios personal que tiene poder sobre él y que, del mismo modo que lo hizo de una manera,

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