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ANTONIO PINTOR-RAMOS 319 de la fiesta 31 que introduce rupturas esenciales en la continuidad temporal y señala las únicas pautas del primitivo, unos puntos de referencia que significan una huida del tiempo a la eternidad. Ciertamente, la Edad Antigua tiene un mayor sentido de la tem­ poralidad y cree que en cierta medida el hombre puede gobernar el tiempo y sobrevivirle: por eso escriben sus gestas los poetas épicos y sus narraciones los historiadores en una lucha por la per­ petuación más allá de la disolución temporal. Pero el hombre anti­ guo tampoco es capaz de concebir el tiempo como pura sucesión indeterminada, sigue teniendo «miedo a la historia» (Eliade) y para ello se refugia en la estructura del eterno retorno cíclico, como ha hecho ver Diano aplicando a la concepción de los antiguos el punto de vista de Eliade 32: lo que hoy es ya fue y volverá a ser cuando se cumpla un ciclo completo. La idea del eterno retorno ha sido retomada modernamente por Nietzsche, pero es muy dudoso que tenga en él el mismo sentido. El pánico a un futuro incierto e imprevisible, a un cataclismo inesperado, queda así conjurado porque en realidad la historia y el tiempo nunca traen nada nuevo. Ni el primitivo ni el antiguo podrían soportar la conducta heroica que exige la aceptación lúcida de las premisas del historicismo moderno. Sobre esto es fácil ver a grandes rasgos el significado del cris­ tianismo en la historia del mito y el inusitado alcance que tiene su aportación. El problema del cristianismo y el mito es muy com­ plejo para ser tratado aquí en detalle; hay dos problemas distin­ tos: la actitud del cristianismo frente al mito, entendido natural­ mente en el sentido de leyenda fabulosa que le había transmitido el final de la edad antigua, y la persistencia de ciertas estructuras míticas — no en sentido peyorativo— que perduran en el cristia­ nismo 33. Habría que estudiar el problema de los textos sagrados, los problemas de su interpretación por los Padres, el problema crítico de la exégesis, etc. Todo ello cae fuera de nuestro pro­ pósito. 31. Van der Leeuw, G., o. c., pp. 374-378; Eliade, M , Traité, 1. cit.; Gusdorf, G., o. c., pp. 76-85; Jensen, A. E., o. c., p. 56. Es clásico en este tema el trabajo de Kerenyi, K., Vont Wesen des Festes, en Paideuma, 1 (1938) 59-74. 32. Diano, C., Il concetto della storia nella filosofia dei Greci, en Grande Anto­ logia Filosofica, dir. d. U. A. Padovani, Milano 1954, vol. II, pp. 247-404. Cf. también Cubells, F., El mito del eterno retorno y algunas de sus derivaciones doctrinales en la filosofía griega, en Anales del seminario de Valencia V-2 (1965) 7-175. 33. Ha resum ido algunos puntos centrales Eliade, M., Aspects du mythe, pp. 197-220. Un tratamiento más amplio en Pinard de la Boullaye, H., o. c., vol. I, pp. 65-107.

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