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318 EL MITO, HERMENEUTICA Y FILOSOFIA el primitivo son «sitios» y, por tanto, su visión del espacio es esen­ cialmente puntiforme. Tampoco es el espacio un medio homogéneo, sino que dentro de él hay rupturas de nivel, hay lugares privile­ giados sobre los demás y el mundo se estructura a partir de un lugar privilegiado que tiene valor arquetípico; es lo que significa el «simbolismo del centro», brillantemente estudiado por Eliade y lo mismo que reflejan los símbolos «mandala». Pues bien; el hombre antiguo no ha hecho más que ampliar un poco el horizonte, pero sus concepciones cosmográficas siguen siendo muy limitadas; el universo se concibe como algo cerrado sobre sí mismo, circuns­ crito por las esferas celestes, que es finito y perfectamente demar­ cado, lo cual no tiene nada que ver con la hipótesis de la curva­ tura del espacio que usa la teoría de la relatividad. La concepción de un espacio absoluto, al modo newtoniano, no se le ocurrió nunca a un primitivo ni a un antiguo y hasta cierto punto tiene razón Spengler cuando afirma que es una creación de la sed de infinitud del hombre fáustico28. El hombre primitivo no se siente nunca el dueño del universo, alguien capaz de someterlo y dominarlo; más bien es el esclavo de una férrea ley de necesidad que gobierna por igual a dioses y hombres. Más claro es esto aún si nos fijamos en el problema del tiempo, que ha estudiado con gran maestría Eliade29. En rigor, la punzante conciencia de temporalidad e historicidad que acucia el hombre de hoy es algo muy moderno y muy limitado localmente; podríamos decir incluso, con Gusdorf, que es el «obsequio» del occidente mo­ derno a la humanidad30. El primitivo desconoce la concatenación de lo que Heidegger llama «los tres éxtasis» de la temporalidad: pasado, presente y futuro. Para él sólo existen «momentos» que tienen valor en tanto que remiten a un tiempo primordial, al «in illo tempore» en que sucedió de una vez por todas todo lo valioso y tiene un valor ejemplar que sirve de «métron» a los momentos parciales. Lo mismo que el espacio, tampoco el tiempo del primi­ tivo es homogéneo, sino que hay momentos privilegiados que su­ ponen una ruptura en la cotidianidad y su calendario no se rige primariamente por los movimientos de los astros, sino que es un calendario festivo que anota las irrupciones de la eternidad en la temporalidad a fin de reparar la degradación del tiempo común mediante una renovación del tiempo ejemplar; tal es el sentido 28. Spengler, O., La decadencia de Occidente. 11 ed., Madrid 1966, vol. I, p. 230ss. 29. Le sacré et le profane, pp. 60-98; Traité, pp. 326-343 y, sobre todo, su mag­ nífico estudio El mito del eterno retomo. 2.a éd., Buenos Aires 1968, passim. 30. O. c „ p. 104.

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