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G . D E S O T ÍE L L O - G . Z A M O R A 185 El resultado, deducimos nosotros, haciéndonos eco de Unterwegs zur Sprache, y conectándolo con Wegmarken, es que en el pensar lo único permanente sería, a juicio de Heidegger, el camino, y no las etapas e hitos que lo forman y señalan, lo cual puede aplicarse a todo el decurso de la filosofía, desde Anaximandro a Husserl. Dentro de él, ha sido mérito incuestionable de Heidegger haber replanteado el problema del sentido del ser, impostándolo nueva­ mente en el centro del pensamiento contemporáneo. Lo cual, por excelente que sea, no debe ocultamos los límites del pensar heideg- geriano (y Richardson pone algunos de relieve que no son necesa­ riamente negativos, siendo el más general el que dimana del carác­ ter itineral y siempre abierto del m ismo). « ¿A dónde el camino irá?». Esas condiciones permiten calificarlo de fundamentalmente inaca­ bado, e incluso desarrollar sus «cabos» por senderos no previstos, como ha hecho Sartre. Tal vez ahí radique también la relegación crónica del tema de Dios y, sin embargo, las posibilidades de gene­ rarlo que posee ese pensamiento y que brinda a quien logre inser­ tarse en él y proseguirlo vía adelante, con o sin su inventor. Mas ¿n o sería este clausurarlo en un Dios terminal, traicionar la esencia misma del «W eg »? Tal vez, aunque quizá esa pretendida esencia pertenezca al orden de tanteos preliminares, previos al encuentro del auténtico Camino, a aquel tiempo en que según su propia con­ fesión, allá por los años veinte, se esforzaba en «seguir uno que no sabía adonde llevaba. Tan sólo sus perspectivas inmediatas me eran conocidas, porque se descorrían ante mí de continuo, aun cuando el campo visual con frecuencia se me desplazaba y obscu­ recía». Hemos destacado en la obra de Richardson meramente lo que nos parece el núcleo de la misma, pasando por alto el cañamazo de datos y explicaciones, que constituyen el lugar común heideg- geriano, consultable en el índice de cualquier tratado un poco com ­ prensivo sobre el filósofo en cuestión y que iluminarán las páginas siguientes. Y lo hemos singularizado, por verlo muy a tono con la intención y contenido de Wegmarken, que parecen corroborar con la firma de Heidegger lo firmado en su libro por Richardson. Abrese éste, en efecto, con las siguientes palabras, resumen de lo dicho por nosotros acerca de ambos: «Hay una senda larga y serpeante que va de Reichenau a Todtnauberg. Es la senda de Martín Heideg­ ger. Pasando por marjales y a través de los campos, se empina sobre las colinas, yendo de acá para allá a lo largo de veredas no registradas en el bosque. Pero que, no obstante todos sus zigzags, se mueve en una dirección única, constituyendo un solo camino»

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