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184 H E ID E G G E R IA N A , 1967 en el pensamiento de la «in-versión»; y, en todo caso, más prudente y provechoso sería si, en lugar de tanto hablar sobre aquélla, nos sintiéramos comprometidos en lo que realmente significa. Para mejor diferenciar su concepto de fenomenología del de su maestro Husserl, y las posibles implicaciones, Heidegger sugirió una matización leve, pero muy significativa, en el subtítulo de la obra de Richardson: en vez de «From Phenomenology to Thought» debería subrotularla «Through Phenomenology to the Thinking of Being» o, como insiste el m ismo Heidegger, pensándolo en su pecu liar estilo, «Un camino a través (ein Weg durch) de la fenomeno logía al pensamiento del ser», genitivo que le parece suficiente para expresar el viejo correlato entre ser y pensar, pero tal como él lo entiende: en el sentido de que el ser en cuanto ser aparece simul táneamente como lo que debe ser pensado y como lo que requiere un pensamiento en co-rrespondencia. Así las cosas, el panorama se presenta no como un dejar atrás el método fenomenológico, punto de partida, sino como un abrirse camino a través de él para llegar al «pensamiento del ser». Esta fórmula tiene en el Heidegger actual el puesto privilegiado que tenía en Sein und Zeit la del «problema sobre el sentido del ser». Ha habido, pues, un corrimiento de la una a la otra, o una transformación de la una en la otra. Trans formación, que no ruptura, a impulsos de la intuición primordial del filosofar heideggeriano. Esta constatación decide la sentencia conclusiva de Richardson (p. 625ss.): El Heidegger I y el II no son lo m ismo, pero son el m ismo y único, que se pertenecen mutua mente en profunda identidad. Volviendo nosotros al verso de Safo, podemos afirmar ahora que, si bien para muchos intérpretes habría dos diversos Heidegger, como ocurría en la Antigüedad y Edad Media con el planetas Venus, se trata en el fondo de uno sólo, pero con doble orto matutino y vespertino, que lo hacen, como al lucero desenmascarado por el anteojo de Galileo, desdoblarse en apariencia. Tal interpretación le permite a Richardson situarse de modo deliberado en una vía media frente a las dos extremas y admitir, con los partidarios de una completa dicotomía entre los dos perío dos, que el Heidegger II dice ciertamente lo que no dijo el I; y acep tar con los críticos asertores de una perfecta identidad, la conti nuidad honda y una necesaria evolución entre ellos (p. 625). Pero hay más: el II supera al I en «originalidad», o sea, en proximidad a la experiencia fontal del filósofo, aunque ni uno ni otro sería lo verdaderamente aborigen, pues cabe idear una fuente primor dial de ambos que, apurando el tecnicismo y rayando algo en pe dantería tudesca, Richardson denomina el «Ür-Heidegger» (p. 633).
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