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G. ZAMORA 163 Aparte esas minucias materiales, podría exigirse una actualiza­ ción mayor en muchas bibliografías, dadas las fechas de publica­ ción, y la importancia de las obras olvidadas, por ej., la del artículo «Verney» (iluminista portugués al que se le da merecidamente entrada en la segunda edición), aparece manca de la excelente obra de A. A. de Andrade, Vernei e a cultura do seu tempo (1966); la de Heidegger de la de M. Olasagasti, Introducción a Heidegger (1967), etc. A. Muñoz Alonso se mantiene como corifeo de la «presencia española» en la Enciclopedia, firmando los principales artículos que la reflejan. Ha retocado convenientemente algunos de ellos, como el de Ortega, remozando la sección bibliográfica y añadiendo una apostilla elemental, por su brevedad e importan­ cia, sobre el valor filosófico de las obras postumas del mismo, merced a las cuales puede hablarse de «dos Ortegas», el ensayista y el filósofo en el sentido más exigente (4 - 1232). No ha tocado el de Unamuno, que repite intacto, a excepción de su bibliografía, renovada poco menos que en su totalidad, si bien más que la edición de obras completas de Unamuno en 16 volúmenes, debiera recomendarse la preparada por el propio Manuel García Blanco en 10 tomos, pues es la definitiva y ofrece ventajas muy sen­ sibles sobre aquélla, como la inclusión de) Epistolario e Indice general, del Diario íntimo y de una serie de más de 400 artículos, totalmente inéditos y muy poco conocidos, aparte las notas y apuntes que no pudieron tener cabida en la edición que en la Enciclopedia se declara «accuratissima». Es realmente la nueva en 10 tomos la que «sostituisce tutte le precedenti». Muy acrecentada, si se compara con la insignificante noticia que nos daba de Zubiri en la primera edición es la que nos da en la segunda, aunque nos pa­ rece aún insuficiente. Quien allí no tenía otro título que el oficial de su cátedra de Historia de la Filosofía, ostenta ahora el de «filó­ sofo» (y, sin ambigüedad alguna, al contrario de lo que leemos de Unamuno, «letterato e pensatore», de Ortega, «saggista e filosofo», y de d’Ors, «letterato e filosofo», a cargo éste de G. Santinello). Si comparamos esas «viñetas» con la exposición que nos hace N. Bosco de nuestro gran prófugo Santayana, hemos de lamentar la poca suerte que aquellos han tenido, aun considerados los retoques de la segunda edición (cuando los hay). Tanto en cuanto a la ex­ tensión que se les concede, ridicula si se parangona con la dada por otros a muchos escolásticos y neoescolásticos italianos, y a no po­ cas medianías del W h o ’s who filosófico universal, como en cuanto a la presentación del pensamiento que se expone. Creemos que hay en el país especialistas sobrados para haber delegado en ellos a

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