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F. J. CALASANZ 141 no puede enseñarnos nada, y mucho menos ese pasado abso­ luto, fuera ya de la cronología, que habita el hombre pre­ histórico” 5. "Más arriba he combatido la tendencia a creer que en la evo­ lución de la cultura cada nuevo estadio suprime el anterior y todos ellos suponen la muerte previa del salvajismo. Del mis­ mo modo se imagina que en el desarrollo del organismo, hasta su culminación, cada etapa implica la supresión de la antece­ dente; por tanto, que la madurez trae consigo la desaparición de la niñez en el hombre. Nada más falso’’ 6. La vida avanza en eslabones de cadena. Nuestra época no hu­ biera avanzado tanto sin el eslabón que han soldado nuestros ma­ yores, uno a uno, a la tradición, a la cultura y al progreso. Sin la colaboración de todos nos hubiéramos estancado. Si hemos recibido una herencia multiplicada es porque los nuestros se han sacrificado por incrementarla. Olvidar este hecho para fugarnos directamente a las fuentes no deja de ser una especie de arqueologismo. La actitud juvenil ante los viejos no es sólo de respeto. Tiene que ser, al mismo tiempo, de gratitud. Porque ellos han hecho en su tiempo lo que pedían las circunstancias. Desatender circunstan­ cias concretas de tiempo, espacio, costumbres y vida es caer en la misma falta de comprensión de que se les reprocha. Tienen un gran caudal de experiencias que la juventud normalmente no tiene. Han llegado a un grado de madurez que no se puede suponer nor­ malmente en la juventud. Tienen las suficientes horas de vuelo para enseñarnos. Y cualquier lección que den ha de ser escuchada con docilidad, respeto y estima. Lanzar al rostro de ancianos venerables la rabieta de "¡Bah!, viejos", es un despropósito y una notable falta de fraternidad. Lo razonable es escucharlos, procurar situarse en su plano para com­ prenderlos y, con frecuencia, seguir sus consejos. La juventud nece­ sita de la serenidad, del equilibrio y de la madurez de los ancianos que tienen un puesto de capital importancia en la vida comunitaria. El respeto y la estima son compatibles con una leal divergencia de criterios. La juventud que ha llegado a formarse una visión per­ sonal de la vida y de los acontecimientos no puede declinar sus responsabilidades a la hora de crear un ambiente honrado de opi­ nión pública. 5. J. Ortega y Gasset, E l Espectador, III, p. 369. Biblioteca Nueva (Madrid 1950). 6 . Ibid., p. 424.

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