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1 4 0 VISION! DE LA FRATERNIDAD Es también muy humano que parte de la juventud y, en general, un número notable del pueblo se alejen prácticamente de la reli­ gión. En estas dos posturas —rechazo de lo mítico, mágico y supers­ ticioso por exigencias de una religiosidad más depurada y progre­ sivo apartamiento de la fe en otros— se alinean los hombres de hoy. Los más preparados se han opuesto valientemente a las leyes, costumbres y formas de pensar y sentir del pasado, que reconocen desfasadas, como lo reconoce el Concilio. Pero otros no han supe­ rado el «escándalo» y se han alejado de Dios. La rebeldía, la angustia, y la impaciencia no pueden suprimirse por la fuerza como se hizo, con una falta de visión desedificante, en algunas escuelas de formación. La rebeldía hay que encauzarla con razones y con un respeto sagrado a la persona y a sus valores. La imposición puede formar seres hipócritamente sumisos pero crea un resentimiento interior que imposibilita no ya la convivencia fra­ terna, sino la misma convivencia humana. La divergencia de pareceres, la diversidad de criterios, el enfo­ que mismo dispar entre viejos y jóvenes es un hecho biológico, sentimental, sociológico y espiritual. Sin embargo, jóvenes y viejos son piezas claves a la hora de organizar la convivencia. Como nor­ ma se impone la integración de todos los valores, la colaboración generosa y amplia entre ambos sectores. En plan práctico, el mé­ todo más inteligente y más cristiano es subrayar lo que une, poner de relieve lo fundamental común y prescindir por delicadeza de lo que hiere. Las acusaciones, el insulto, la reticencia, la ironía deben quedar descartados de la convivencia. Los jóvenes conscientes deben comprender que los viejos están encariñados con su tiempo. Que el foco de luz de la vejez se pro­ yecta hacia el pasado, en la dirección de un mundo de costumbres y de formas de vida que hacen vibrar su sensibilidad. Esto tam­ bién es justo. Se impone, pues, el respeto a tradiciones que encierran inapre­ ciables tesoros. Como decía Etienne Gilson y recuerda con justa precisión Ortega y Gasset en La paradoja del salvajismo y en La psicología del cascabel, la historia sigue un ritmo ascendente: la plenitud supone estudios imperfectos que la hacen posible: "Como todos los parvenus, el parvenú de la civilización se avergüenza de las horas humildes en que inició su existencia y tiende a sigilarlas. El "progresista" de nuestro tiempo es el mejor ejemplar de esta clase; de aquí su fobia hacia el pasado, sobre todo hacia el hombre primitivo. Deslumbrado por las botas nuevas de la civilización actual, cree que el pretérito

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