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F. J. CALASANZ 151 2. La obediencia verdadera y caritativa está dispuesta a ceder fraternalmente en sus puntos de vista, con tal de que este proceder no le enfrente con su conciencia. 3. La obediencia supone intrepidez y valentía: «El religioso que es perfecto obediente se asemeja al caballero que monta un pode­ roso caballo, merced al cual pasa intrépido por medio del enemigo; y el religioso desobediente, quejumbroso e indócil, es semejante al que monta un caballo flaco, triste, enfermo y resabiado, al cual los enemigos vencen, matan o prenden con poca fatiga». La obediencia franciscana se ejerce en plan familiar. La autori­ dad ocupa el polo opuesto del engreimiento, de la dureza, de la coacción rencorosa. El ministro no debe usurpar privilegios, si no es el de la minoridad y el de la caridad. El que los superiores sean «representantes» de Dios no es un título que se arrogan ambiciosa­ mente para mandar sin cortapisas. Mucho menos unas credenciales de infalibilidad. El poder es una exigencia de humildad y una con­ ciencia más despierta de responsabilidad. Eso es lo correcto: estar convencidos de las propias limitacio­ nes, de los propios errores. Tener capacidad e inteligencia para reco­ nocerse un hombre frágil, presa de la tristeza, de la turbación y de la malicia como los demás. Y pedir disculpa públicamente por ha­ berse equivocado. Pero, ¿ es que se pudo afirmar alguna vez la mons­ truosidad de que "el superior no se equivoca nunca” ? Como réplica, dejando al margen tristes experiencias, copiamos unas palabras de San Francisco, en su insobornable crudeza: "Porque, ¿qué otra cosa es la autoridad en un superior teme­ rario sino como una lanza en manos de furioso loco". Para fundamentar la autoridad, su legitimidad y su alcance hay que recurrir a la teología, a la ética y a la teoría política. Evidente­ mente, el origen fontal de la autoridad es Dios. Hasta aquí todos de acuerdo. Tanto la autoridad como la sociedad surgen y derivan de la naturaleza y, por lo tanto, del mismo Dios, que es su autor —afirma León XIII en la Immortale Dei —. La autoridad se funda en el orden moral, en cuanto a su ejercicio. Lo recuerda Juan XXIII en un texto diáfano: «La autoridad misma no es, sin embargo, una fuerza exenta de control; más bien es la facultad de mandar según la razón. La fuerza obligatoria procede, consiguientemente, del orden moral, el cual se fundamenta en Dios, primer principio y último fin suyo». En las actuales circunstancias podríamos hablar —con las sal­ vedades debidas— de una fraternocracia. La autoridad está en

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