PS_NyG_1970v017n001p0135_0152

1 4 8 VISION DE LA FRATERNIDAD preces, de ceremonias y otros semejantes, y adáptense a los docu­ mentos de este sagrado Concilio, suprimiendo todo lo anticuado” l0. "Todo lo anticuado". Y es anticuado lo inautèntico, lo que suena a viejo, lo falso, lo artificial, lo que frena la marcha como bagaje superfluo sin ser malo, lo adherido por circunstancias de otros tiempos, lo inactual, lo inexpresivo, lo específicamente monacal. Y la Fraternidad tiene que desentenderse de ello. La capacidad de desprendimiento de lo anticuado indica la temperatura de amor a la Iglesia y al Franciscanismo. En mi modesta opinión, la legislación nueva se queda un poco rezagada respecto al Concilio, que no adopta una postura triunfa­ lista de decisiones últimas. Se dice concretamente en algunos docu­ mentos que los teólogos y los técnicos deben seguir estudiando, es decir, avanzando. El Concilio es entonces no la meta lograda, sino punto de partida, primera piedra de edificación. En nuestro caso concreto, las votaciones de Roma indican que existe una fuerte opinión avanzada que no llegó a madurar por falta de votos. Menos mal que la vida va empujando: es una puerta abierta a la esperanza de seguir el ritmo de la Iglesia. «Todo lo anticuado», no sólo en problemas de superficie, sino en las mismas instituciones y estructuras, como afirma el Concilio: ’’Las instituciones, las leyes, las maneras de pensar y de sen­ tir, heredadas del pasado, no siempre se adaptan bien al esta­ do actual de las cosas. De ahí una grave perturbación en el comportamiento y aún en las mismas normas reguladoras de éste” ». Lo cuestionable será determinar en cada caso qué es lo que no se adapta bien al ritmo de los tiempos. Se impone entonces un diálogo fraternal, un careo amable, una tribuna pública de opinión. Hay que evitar dos extremos peligrosos: el espíritu iconoclasta que quisiera barrer todo lo antiguo por el mero hecho de serlo y el ro­ manticismo utópico que se agarra —como la ostra a la roca del mar— a lo que siempre se llevó. En el término medio del equilibrio, la madurez y la razón, está el acierto. Muchas tradiciones conservan su vigencia. Tienen a su favor una experiencia histórica decantada por sus frutos. Y hay que tra­ tarlas con suma delicadeza, no sea que al revisarlas se pierdan tesoros valiosos de espiritualidad. El Concilio pone en guardia con­ tra este peligro: 10. Decreto Perfectae caritatis, n. 2, p. 480. 11. Ibid., n. 4, p. 482.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz