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ABILIO ENRIQUEZ CHILLON 7 5 no es posible dejar de observar que en todo hecho literario, por señero y excepcional que se nos presente, se da un influjo, bienhe­ chor o pernicioso, del pasado y de la circunstancia temporal am­ biente. Pero es preciso en este terreno evitar deslizamientos peli­ grosos para no incurrir, p. ej., en esa especie de determinismo histó­ rico en que lo hace el, por otro lado, insigne filósofo del arte Hipo- lite Taine, cuando asegura que «las producciones del espíritu hu­ mano, al igual que las de la naturaleza viviente, no se explican más que por su ambiente». O en ese apersonalismo en la aparición y creación del artista que deja entrever en esta otra frase suya: «en la representación exacta del estado general del espíritu y de las costumbres del tiempo se halla la explicación última, la causa pri­ mitiva que determina todo lo demás». Todos sabemos que los ge­ nios, por lo común, se adelantan a su época y son ellos, en buena parte, los que crean el ambiente. Lo que sí es cierto es que en el espacio extenso del producir artístico no se dan saltos en el vacío temporal. Si bien no es menos cierto que los pasos del hombre en el tiempo por ese espacio no son todos de la misma longitud ni dados a ritmo uniforme. Incluso al lado de pasos de gigantes es posible descubrir a veces pasos de enanos o pasos atrás. Compárese el siglo x v i i i español con el xvii. Pero no hay duda que ni la lírica, ni el teatro, ni la novela, p. ej., serían hoy lo que son, si no los hubieran precedido en el tiempo la novela, el teatro y la lírica de ya fenecidas edades. Por otra parte, si todo acto, hasta el más íntimo e intranscendente, está sujeto, en mayor o menor proporción, a la influencia de cir­ cunstancias diversas, de sujeto y ambiente al menos, el acto crea­ tivo de la belleza por la palabra no puede constituir, y no constituye, una excepción de esa regla. Y, tratándose además, de un acto im­ portante, conjugado dentro del paradigma social humano, ese acto participará, sin duda posible, de los caracteres imperantes con mayor predominio en lo tradicional y común de la estirpe o del área geográfica en el momento de su aparición histórica. Pero si el factor histórico, o circunstancia temporal, no ha tenido, ni puede tener, serios objetantes respecto a su influjo en el agente literario y, por consecuencia, en el ente resultante de su acción creadora, sí los ha tenido, y los sigue teniendo, el factor geográfico, o circunstancia espacial. Mas, aún para los que admitimos este segundo influjo, no nos resulta nada fácil el determinar hasta qué punto un área geográfica o un paisaje como porción de naturaleza puedan influir en un escritor y, sobre todo, en un grupo de escri­ tores. ¿ Por qué secretas acequias la naturaleza circundante, de una

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