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ABILIO ENRIQUEZ CHILLON 7 1 como muy poco, de una caracterización global de la literatura de cada pueblo, a otros los ha llevado a la conclusión contraria. Para ellos lo único que tiene carácter privativamente identificador en la historia literaria es el escritor individuo o la obra aislada, no la masa — el conjunto de unos u otras— que nunca podrá ser tan homogénea — aseguran ellos— como para llegar a adquirir unos caracteres específicamente propios e individuantes. Es una aporía, como puede observarse, que desemboca en la misma posición negativa que la anterior, pero partiendo de una trinchera situada en el extremo opuesto. A ella podemos replicar, usando términos filosóficos, que la conclusión va mucho más allá de lo que permiten las premisas. Por lo cual, mientras las leyes del silogismo sigan siendo válidas, resulta lógicamente inadmisible. Del hecho cierto que la obra literaria relevante sea la expresión de una recia individualidad — y tanto más recia cuanto mayor expo­ nente de hito o de tipificación ostente su creador— no se sigue, por necesidad lógica al menos, que no pueda haber igualmente toda una serie de individualidades en las que se dé un conjunto de notas comunes y rasgos o modos globalmente característicos que ofrez­ can suficiente base científica para una caracterización colectiva del grupo, serie o familia en los que descubramos semejantes caracteres. Esta dificultad la ha facturado hasta su límite extremo el insigne crítico y filósofo literario A. Farinelli al afirmar que toda creación artística se cifra en el soliloquio del alma de cada poeta. Y que, precisamente, ese soliloquio es lo único que merece nuestra aten­ ción y lo único también que nos es dado caracterizar. Que toda creación literaria se cifre en el soliloquio nos parece una afirmación sobradamente gratuita. Más aún. Nos atrevemos a decir que el soliloquio literario, como puro desahogo, es un mito. Todo ser ra­ cional, cuando escribe, lo hace para su público. Como toda obra literaria tiene necesariamente su destinatario. Público o destina­ tario que, naturalmente, podrán ser más o menos amplios o res­ tringidos, pero nunca dejar de existir. Todo el que escribe piensa, consciente o subconscientemente, en «alguien» más o menos per­ sonalizado. Y esto, porque es de esencia del lenguaje, hablado o escrito, su destinación a los demás, a lo menos a otro. «La palabra, dice Schmaus, por medio de la cual el hombre dice algo o con la cual se manifiesta, implica un tú que escucha. La palabra no es ni pretende ser un grito de desahogo, sino que busca alcanzar un tú. Es esencial a la palabra la referencia a un tú. No hay palabras en sí, sino sólo palabras para un tú». Yo creo, e invito a hacer examen de conciencia literaria a los

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