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ABILIO ENRIQUEZ CHILLON 115 poetas modernistas, nuestra literatura vuelve a sentirse benéfica­ mente influenciada por lo religioso. La reacción alcanza desde los pensadores como Maeztu y Unamuno, a pesar de sus extravagancias religiosas y no pocos errores dogmáticos, hasta los dramaturgos, como Marquina y Pemán, pasando por novelistas y poetas de las más diversas tendencias. La religiosidad de estos grupos se advierte más reflexiva, más convencida y, sobre todo, más sincera. En mu­ chos de ellos se trata de una religiosidad acendrada en la lucha contra el ambiente francamente desfavorable. Mas no por esto de­ jamos de reconocer que, tanto entre los prosistas como entre los poetas de las tres primeras décadas de este siglo, hay también escri­ tores en los que la vibración religiosa es poco menos que nula. Nues­ tra última contienda civil volvió a encender con luz potente la antor­ cha sagrada de lo religioso. Y, aunque en algunos esa luz se haya quedado en la superficialidad de lo epidérmico sin calar en lo hondo y sincero de un convencimiento, en muchos otros ha logrado esplen­ dorosos mediodías de calor y claridad. No puede negarse que en buen número de los poetas y novelistas actuales se advierte una honda preocupación por lo religioso, incluso más que nunca por los grandes problemas religiosos: Dios, el más allá, el valor vivencial de la religión, el sentido de lo moral y del pecado, la actuación religiosa, social y cívica de la Iglesia y sus ministros, etc., etc. Aun­ que menos, estas mismas inquietudes se han llevado también a las tablas y en ocasiones han logrado éxitos resonantes. El Concilio Vaticano II ha contribuido enormemente a despertar el interés por estos temas y el ambiente, al terminar estas líneas, sigue caldeado y dispuesto para que los convencidos y sinceros puedan, quizás, como nunca, dar cabida y realce en sus creaciones a este valor entre los valores estético-vivenciales de lo religioso. * * * Esta es, a grandes rasgos —quizás excesivamente grandes— la que al autor le ha parecido una «Caracterología general de la Lite­ ratura Nacional Española». Si ha acertado a hallarla y exponerla, no es él —como decía al principio— sino el lector quien tendrá que fallarlo. De lo que el autor sí puede responder es de haber puesto en su trabajo una buena voluntad y una observación atenta, personal y sin prejuicios. A bilio E nriquez C hillon

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