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ABILIO ENRIQUEZ CHILLON 1 1 3 el agitado mar de la política interna y externa, contribuye nota blemente a crear semejantes tensiones y tales estados de ánimo. En el siglo x v i i i , el desacreditado, la religiosidad, influenciada también por la circunstancia ambiente, trata de despojarse de adhe rencias espúreas, como ditirámbicamente se decía entonces, o de «supersticiones inconvenientes», que dirá el más genuino represen tante de la cultura y de la religiosidad de esta época, el Padre Je rónimo Feijoo. Pero la verdad es que ninguno de esos dos objetivos son plenamente conseguidos y sí, en cambio, bajan no pocos enteros las acciones espiritualistas. Y, aunque todavía muchos y los mejores de nuestros literatos sean clérigos o gente de Iglesia, como Feijoo con los de su grupo, o como el benemérito para nues tras letras de los «jesuítas expulsos», o al menos del número de los sinceramente creyentes, hay ya también escritores en los que el racionalismo, el filosofismo y el sectarismo antirreligioso van abrien do hondos surcos para propicias sementeras. No pocos de los afec tados por este laboreo dan muestras de un indiferentismo religioso cuyos frutos se agriarán más aún con el transcurso del tiempo. Los dos grandes valores del espíritu, lo poético y lo religioso, acusan una muy sensible baja en este deslucido siglo, en el que otro gran valor del espíritu, el patriotismo, ha entrado también en crisis. Quizás lo más característico del mismo y más en alza en él sea la erudición, la crítica, la historiografía y la lingüística. Pero cabal mente es en estas ramas del quehacer literario donde la religiosidad tradicional hispana mantiene todavía sus mejores posiciones. Tam poco está ausente, ni mucho menos, de la poesía, tanto en el grupo sevillano como en el salmantino, ni tampoco en los independientes, como Mcléndez Valdés y Gallego. Lo está algo más del teatro, pero aún éste, en líneas generales, sigue siendo, a lo menos, respetuoso con esos valores y encuentra todavía una buena fuente para su em peño moralizador —los Moratín— en la ética de tipo religioso. En la prosa narrativa —Villarroel, a pesar de su desgarro—, y el P. Isla— exhiben en sus obras una auténtica religiosidad. Esta religiosidad pierde aún más hondura y solidez en el si glo xix. El período romántico lo es también de lucha religiosa, tanto en el terreno de las ideas como en el de los sentimientos. La lucha está protagonizada y entablada, en el terreno de lo literario, entre un romanticismo arcaizante, tradicionalista y cristiano, que es el predominante entre nosotros, y otro romanticismo escéptico, revo lucionario y liberal, de importación europea, que logra algunos con tagios lamentables. Pero aún estos m ismos—enemigos de todo lo dogmático, en religión, en moral o en estética— se sienten invadidos 8
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