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112 CARACTEROLOGIA GENERAL DE LA. ducen los escritores en prosa del barroco sigue siendo, sí, de maravilla literaria, pero a través de esta maravilla descubrimos en su ánimo situaciones agónicas, pesimismos descorazonantes y desistimientos amargos. Y todo ello desemboca frecuentemente en íntimos desengaños ascéticos. Así se nos presentan frecuentemen te un Quevedo, un Gracián y hasta un Saavedra Fajardo. ¡ Cuánto truncamiento de nobles ilusiones descubrimos en sus escritos, pero también cuántas bellas páginas que respiran una honda y sincera religiosidad! Y casi, casi, por más paradójico que pueda parecer, podríamos asegurar otro tanto de la picaresca en su segunda y brillante época. Cuántas páginas en ella de sana intención mora- lizadora, de ascetismo añorado y hasta, a veces, de auténtica emo ción religiosa! No destaca tánto la religiosidad de los historia dores de la época, sin que esto quiera decir que carezcan de ella. Tienen, sí, una preocupación moral, pero sobre ella domina el estoicismo y el pesimismo ante el inquietante panorama político que historiaban y preveían. La ascético-mística lanza sus últimos destellos, un tanto desvaídos y difusos, sin la luminosidad lite raria y sin el amplio raudal doctrinal y emocional del período.ante rior. Pero aún son muy dignos de ser recordados el P. Nieremberg, la Madre Agreda y Miguel de Molinos, a pesar de la parcial hetero doxia de éste último. Párrafo aparte merecería la religiosidad en Cervantes, pero por no alargar desmesuradamente estas páginas reducimos nuestro juicio a siluetadas observaciones. No podemos compartir las opiniones de Américo Castro sobre el particular. Cer vantes ni fue un descreído, ni un racionalista taimado, ni un satiri- zador y ridiculizante sistemático de la Iglesia y de los eclesiásticos. Su vida en términos generales fue la de un buen cristiano y su pertenencia a la Tercera Orden de San Francisco y a la Hermandad de Esclavos del Santísimo Sacramento lo acreditan de espíritu no vulgar. Sus pensamientos e incisos formulando juicios sobre Dios, la religión, la Iglesia, las virtudes cristianas, etc., son muy nume rosos y todos ellos de gran dignidad y de absoluta ortodoxia. Sólo alguna que otra vez se permite alguna ironía anticlerical. Pero en definitiva, el saldo de religosidad le deja una muy buena suma a su favor. En resumen, podemos calificar a la religiosidad de este período como de fe vibrante, aunque más austera e introvertida que la del inmediatamente anterior. Al mismo tiempo la vemos ir perdiendo no poco de su equilibrio y seguridad en violentas tensiones espiri tuales y en estados de ánimo que presagian un tenebrismo religioso. La circustancia nacional, que va perdiendo vertiginosamente pie en
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