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108 CARACTEROLOGIA GENERAL DE LA. boscaje las malicias y burlas mordaces como las de los capiteles o las de los relieves corales. Recordemos al Arcipreste de Hita, a D. Juan Manuel con su tratado sobre la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma a los cielos y su Patronio moralizador; al Canciller Ayala, rígidamente moralizante. Recordemos las coplas satíricas y las danzas de la muerte, y a Santillana con sus delicadezas líricas, su didactismo moral y su ¿teología? dantesca; y a Mena con su robusta inspiración patriótico-moral y su sentimiento lírico-espiri­ tualista. Recordemos también las Cortes literarias con sus Cancio­ neros donde delicados poetas de inspiración religiosa se codean con otros desgarrados y cínicos, en sus sátiras morales y sociales. Y no podemos dejar olvidado al Arcipreste de Talavera que tan pronto sermonea como deleita con su popularismo realista. Ni tam­ poco al ponderado Jorge Manrique con su serena dignidad moral proyectada hacia lo eterno. En todos ellos la religiosidad es sincera, sólida y profunda, aunque algunos de ellos se permitan, a veces, al­ gunos guiños a lo irreverente —no a lo irreligioso— que malician un tanto algunas de sus producciones. En los Siglos de Oro o, más exactamente, a partir del reinado de los Reyes Católicos, la religiosidad de nuestros escritores se afili­ grana, se enriquece exuberantemente de densidades teológicas y de luminosidades de ideas ultraterrenas irisadas de serenas esperan­ zas, a la manera del gótico isabelino o del plateresco. Admiremos en los trovadores a lo divino su noble afán de aunar lo erudito y el espiritualismo. Y en los poetas religiosos, como Fray Iñigo de Mendoza y Fray Ambrosio de Montesinos, franciscanos, y el cartu­ jano Juan de Padilla, su popularismo unido a su contextura teoló­ gica y elevación mística. Advirtamos complacidos en los historia­ dores y escritores didácticos su recia formación religioso-moral y su respeto a las orientaciones eclesiásticas en el terreno de la filo­ sofía. Y, al satisfacer nuestra complacencia estética con los logros e ingenuidades del teatro de los Gómez Manrique, Juan del Encina y Lucas Fernández, admiremos también en ellos sus exquisiteces religiosas. Tengamos un ojo avizor para distinguir en la Celestina lo real de lo disimulado en su espíritu de «cristiano nuevo» y su pesimismo paganizante unido a sus procaces inmoralidades episó­ dicas, atemperado por la censura, quizás no del todo sincera, de las mismas y por su aparente respeto a las ideas religioso-tradi­ cionales y sus representantes. Finalmente, saciemos nuestra sed de poesía virgen, de inspiración espontáneo-primaveral y de limpidez irisada de transparencias polícromas en el regalado torrente de

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