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ABILIO ENRIQUEZ CHILLON 107 la atmósfera delgadamente religiosa, al estallido de lo maravilloso, a la fulguración deslumbrante de lo ultraterreno. Le gusta, sí, sensibilizar sus creencias y es aferrado a ellas, a veces con tozuda terquedad, hasta parecer más papistas que el Pa­ pa; pero no le va el hacer de las mismas, y menos aún de sus senti­ mientos religiosos, fantasmagorías irreverentes. Hasta es posible que sea, como tantas veces se ha dicho, una religiosidad más de tradición que de convicción; pero no por eso deja de ser honda, sincera y entrañablemente sentida. Por eso el recurso religioso en nuestros literatos no es forzado ni violento, sino natural y espon­ táneo. No es recurso de circunstancia, sino de constancia. Porque la religiosidad, volvemos a decirlo, es una constante histórica y anímica en el ser y en el crear del español. E incluso, con ser el hispano por naturaleza más inclinado quizás a la ascética que a la mística, ha sabido cultivar ésta con más elevación y espontanei­ dad que nadie. Acaso haya contribuido no poco a tan acertados logros en este cultivo nuestra brillante fantasía, puesto que la mís­ tica es el fruto más poético de la perfección evangélica. Y acaso también nuestro ambiente espacial. Como en lo geográfico, también en lo literario, en España hay más cielo que tierra. Una rápida y panorámica ojeada nos hará ver cómo lo religioso aporta un caudal perenne y abundoso a nuestro río literario a todo lo largo de su fluir histórico. En los siglos x ii y xm lo hace con la robustez, austeridad y majestad de un templo románico, con su sentido de unidad teocéntrica y gobierno providencialista del mun­ do, simbolizados en los Pantocrátor de sus tímpanos porticales. Tal las canciones de gesta, el mester de clerecía —Berceo— y la lírica galaico provenzal. O con la soberanía de un universal categórico, sumiso a las verdades del cristianismo. Así Alfonso el Sabio con su obra ingente. O bien con la gracia y frescura primigenias de capiteles foliados o historiados o de ábsides armónicos, como las Cantigas de Santa María, las narraciones caballerescas, las colec­ ciones de cuentos o apólogos y el teatro de misterios y morali­ dades. En los xiv y xv la visión espiritualista y providencialista del mundo se sutiliza, se estiliza y se diluye en el boscaje de lo profa­ no; pero está allí y se hace sentir a cada paso. Empieza a romper viejos moldes, es verdad, pero sabe respetar lo que tiene un valor eterno y transcendente. Y lo hace todo con una prestancia y una vitalidad originales, llenas de elevación cristiana y de belleza, como un pórtico románico de transición o un rosetón policromado del gótico incipiente. Aunque a las veces también asoman entre ese

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