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106 CARACTEROLOGIA GENERAL DE LA. ñola, basta una mirada panorámica sobre todo él para apreciarlo y comprenderlo. Y es natural que así haya sido. El catolicismo, contra todo lo que puedan decir sus dertactores, ha sido, es y segui­ rá siendo manantial perenne de vida y de grandeza, no sólo espiri­ tual, sino también artística. «Nuestro espíritu, dice Ganivet, es reli­ gioso y es artístico, y la religión muchas veces se confunde con el arte. A su vez el fondo del arte es la religión en su sentido más elevado, el misticismo, juntamente con nuestras demás porpieda- des características: el valor, la pasión, la caballerosidad». La superioridad preeminente, en calidad y número, de las pro­ ducciones hispanas beneficiosamente influidas por la religiosidad es también algo manifiesto al más miope y perfectamente compro­ bable. Por todo ello creo sinceramente que no tiene nada de gra­ tuita la afirmación de que el español produce su arte bajo la in­ fluencia de lo religioso, o por gozosamente sentido —los más— o por renegadamente detestado —los menos— . La postura indiferen­ te ante lo espiritual transcendente es casi del todo desconocida por el creador hispano, siquiera pueda gloriarse de una estatura artís­ tica mediana. Como aval de apreciable valor en pro de la validez de las apreciaciones apuntadas sobre la universalidad influencial de lo religioso en lo literario hispano no estará demás recordar el ya célebre dicho de Dámaso Alonso: «Toda poesía es religiosa». Empero la religiosidad española por lo que respecta al arte literario reviste algunos caracteres especiales. Nuestra religiosidad es predominante, austera y de altura, como nuestras mesetas, aun­ que a veces peque también de exaltada y ruidosa. Desdeña, como por instinto, lo desmesurado y maravilloso, lo colosal y lo sobre­ humano. Incluso es muy parca en dar cabida, salvo en los místicos, a lo sobrenatural. Compárese, p. ej., nuestra épica con la francesa y se verá en seguida la gran escasez, la ausencia casi total, de este elemento en la primera al lado de su profusión en la segunda. A la española le gusta, en cambio y acaso en compensación, la pompa y el boato en no pocas ocasiones. Pero sus preferencias se las lleva, sin duda, el intimismo del sentimiento religioso. Le ruboriza, le parece una profanación, hacer alarde de ese sentimiento. Recuér­ dense las Semanas Santas castellanas. Hay en ellas religiosidad externa, sí; pero el sentimiento religioso reza bajo o calla. Esta religiosidad hispana es, diríamos, más de gracia santificante que de milagro, sin que esto suponga —Dios nos libre de tal pensa­ miento— el más mínimo menosprecio del gran signo divino. Es una religiosidad que prefiere el ambiente delicadamente espiritual,

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