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ABILIO ENRIQUEZ CHILLON 1 0 5 Una concepción para la cual Dios es el primer actor en el devenir temporal y es también el norte supremo en su dirección hacia lo intemporal eterno. Por otra parte, el artista hispano ha intentado siempre en su arte animar una estética de valores. Y el español por lo general, gracias a Dios, de corazón recto y mente sana ha sabido ver claro desde siempre que el valor supremo y primordial en la vida hu­ mana es el religioso. El mismo Azorín le reconoce esa supremacía. «El arista, dice él, traduce su meditación en sensaciones y en imá­ genes; cuanto sea la meditación más densa y pura, tanto más ex­ quisitas serán las sensaciones y las imágenes. El artista se contrae a lo visible, ’esclavo del mundo, sujeto a las cosas, y el religioso, más feliz, se evade del mundo y vuela hacia lo infinito». El español, además, ha sabido sumarle a ese valor sustantivo de lo religioso, como he indicado anteriormente, su gran valor vivencial. Y por la doble vía de esta suma ha llegado a la conclusión de que entre todos los motivos que puedan escogitarse como inspirativos para el arte, entre todas las cuerdas delicadas y sensibles que puedan ser pulsadas para dar vida a la poesía, entre todos los problemas y conflictos que puedan ser manejados para dar clima e interés al drama, y entre todos los asuntos y argumentos que puedan inven­ tarse para vitalizar y renovar la novelística, no se encontrará nin­ guno tan fecundo y persistente como el religioso. En el español, además, dentro de lo puramente humano, esta religiosidad es fruto, en no pequeña parte, de una tendencia espiri­ tualista como innata en él. Y el espiritualismo es precisamente, en su doble acepción, la nota más subyugadoramente atractiva de toda exteriorización estética. Otra vez Azorín: «Sin la meditación no puede haber sólida obra de arte; todo lo que en el arte se haga sin meditación será cosa de primer plano; faltará la perspectiva espiritual, esa segunda realidad que, a su vez, hace meditar al lector de un libro o al contemplador de un cuadro». Para el que es capaz de sentirlo y saborearlo el espirtualismo constituye la más embria­ gadora felicidad y satisfacción estética que pueda encontrar en seres dados a luz por la maternidad artística. Y aún hay más. En este mismo plano de la espiritualidad se halla ubicado el mundo fantásticamente bello de los ideales. Pues bien, entre los grandes ideales —palancas de la meta-vida— que hayan movido y puedan aún mover mente y corazón, manos y fantasía del artista, dominará siempre con cetro imperial el religioso. Que en la polivalente realidad de nuestro crear artístico haya sido ingente la influencia ejercida por este distintivo del alma espa

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