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ABILIO ENRIQUEZ CHILLON 1 0 3 do, hayan señalado como nota característica o constante caracteri- zadora de la Literatura Española ésta de su religosidad. Sí lo hacen, en cambio, aunque sólo sea de modo incidental, ya que no han dedicado un estudio sistemático a nuestro tema, Amador de los Ríos, Milá y Fontanals, Menéndez y Pelayo, Angel Ganivet y otros, entre los españoles. También la han señalado algunos extranjeros, investigadores y amantes de las letras hispanas, tales como George Ticknor, Ferdinand Wolf, Maurice Legendre, y hasta el mismo Ar turo Farinelli. Este último asegura en alguna ocasión que «nadie osará negar a la poesía y al arte de España un sentimiento religioso que se supone distintivo del carácter español». Pero quizás el in vestigador de nuestras letras que ha calado con más hondura en esta nota caracterizante de nuestra h is to r ia lit e r a r ia ha sido D. Angel Valbuena Prat en su apreciable libro «El sentido católico en la literatura española». Si bien es verdad que tampoco ha llegado a estructurar ese sentido católico como característica universal de nuestra literatura. Sin embargo, no puede ni dudarse que la religiosidad es una de las notas que más clara y universalmente ha caracterizado nuestras bellas letras a todo lo largo y ancho de su existir. Ella ha constituido no sólo una característica del más elevado índice valorativo en casi todos nuestros literatos, sino también una de las constantes más vivencialmente operativas en ellos. No son de nin gún autor ascético-místico, sino de un ensayista moderno, estas atinadas frases: «La historia del arte nos enseña que la experiencia de la divinidad, la sorpresa del hombre ante la incesante actividad de Dios, constituye el motor central de la creación de formas artís ticas. Sin religión no habría arte. En el amanecer de cualquier reli gión subyace también el germen del nacimiento y desarrollo del arte». Y es la historia literaria quien se encarga de confirmarnos demostrativamente que el arte literario nació también en brazos del sentimiento religioso y que fue por él maternalmente acunado. Siempre y dondequiera la religiosidad aparece, a la luz de un aná lisis serio y desapasioñado, como uno de los sentimientos más na turales, más constantes y más transcendentes del ser humano. Nada, pues, tiene de insólito que el español, tan fiel captador y tan fino catalizador de los grandes sentimientos, elementales o transcendentes, haya también captado con la más fina antena de su ser y catalizado en la mejor de sus probetas el sentimiento rcligoso o, más exactamente, el sentido de lo religioso para vivirlo y darle vida literaria. Ni se ha contentado con esto, sino que lo ha convertido en una de sus vivencias artísticas más activas y fecun
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