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102 CARACTEROLOGIA GENERAL DE LA. nuestras bellas letras puede observarse con nitidez de luz cenital un nostálgico mirar retrospectivo y un intencionado propósito de imitar y resucitar viejos temas y ancestrales formas conveniente­ mente renovados. Pero esto con la particularidad de saltar siempre en esa mirada retrospectiva más allá de la época o épocas inmedia­ tamente anteriores. Recuérdese, p. ej., la nostalgia admirativa y vivificadora del romanticismo por la Edad Media y por lo gótico. Así, pues, un mismo espíritu, que bien podemos apellidar na­ cional, mantiene incólumes a todo lo largo y a todo lo ancho de nuestro fluir literario un cierto número de ideas madres, en la temática y en las estructuras internas y externas, que van plegán­ dose, adaptándose maravillosamente, a los nuevos géneros y a los nuevos gustos que van surgiendo en el acontecer literario. Ideas que al mismo tiempo, con tenacidad celtibérica, defienden su ser y su valer transmitiendo —milagro perenne de juventud vieja y de vejez joven— su savia vivificadora a las nuevas corrientes y a las nuevas épocas. Pero lo vital en la tradición no es que haya ideas perennes, sino que el escritor se las asimile manejándolas como amo y señor. No que las ideas le dominen a él, porque el hombre, el escritor, deben ser superiores a sus ideas. Injustamente se ha tildado, sobre todo por críticos extranjeros, a la literatura española de excesivo aferramiento a un medievalismo estático o inmovilista. Cierto que hemos sido, y seguimos siéndolo, medievalistas en muchas cosas. Pero nuestro medievalismo no ha sido nunca para nosotros un lastre inútil y menos aún un cohete retroactivo. Ha sido el peso de las alas y del motor, la reserva de nuestro combustible vitalizante. Y sólo pueden no reconocerlo así los incapacitados para calar en la historia viva y los ineptos para interpretar correctamente nuestro tradicionalismo progresivo de temas, motivaciones, caracteres y tendencias. Los miopes volunta­ rios que se niegan a ver la vitalidad robliza y pujante de unas ideas y de unos sentimientos que, afortunadamente, no se han resignado a morir ni a dejar vacío un puesto que, por su valor eterno, les correspondía seguir ocupando. «Conservarse así, dice Farinelli, no es indicio de escasez y pobreza inventiva, sino vivir de una abun­ dancia perenne de vida». 7.a R eligiosidad . No puede menof> de resultarle extraño (¿sólo?) a un atento e imparcial investigador el que ni Menéndez Pidal ni otro alguno de los autores aludidos en la primera página de este trabajo, que han estudiado y escrito sobre el mismo tema que aquí se viene hacien

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