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ABILIO ENRIQUEZ CHILLON 9 9 el pueblo. De este común hacer y sentir de nuestros escritores parecen ser un eco en todos los tiempos aquellas auto-recomenda- ciones que se hace Cervantes en el prólogo de la primera parte de D. Quijote: «Procurad también que leyendo vuestra historia el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie ni el prudente deje de alabarla». Y hasta lo es, aunque en forma elocutiva no muy suscribible, el célebre dicho de Lope de Vega: «El vulgo es necio y pues lo paga es justo /hablarle en necio para darle gusto». Pruebas fehacientes de este popularismo pueden serlo la sen cillez en su estilo, la claridad en su estructura y expresión y la espontaneidad en su léxico de la inmensa mayoría de nuestros lite ratos. Como lo pueden ser igualmente su sobriedad en el decir y la naturalidad de sus formas elocutivo-lingüísticas, incluso en el len guaje figurado. Dijérase que casi todos ellos se atenían al escribir a otra célebre frase del Príncipe de nuestros ingenios en el citado prólogo: «...dando a entender vuestros conceptos, sin intrincarlos y oscurecerlos». Y prueba puede ser, en fin, el franco predominio que se observa en todos nuestros géneros literarios de lo narrativo sobre las otras formas elocutivas tanto en verso como prosales. Hasta en la épica y en la dramática lo narrativo se sobrepone fre cuentemente a la acción o el diálogo. Tal vez esto tenga su justifi cación en el hecho de que lo narrativo es lo más fácilmente com prendido y lo más cómodamente asimilado por el pueblo. Es cosa perfectamente comprobable que todos nuestros grandes artistas, cada uno en la especialidad de su dedicación, han sido con sumados maestros en el género narrativo. Fenómeno este que no se repite, a lo menos tan universalmente, en ninguna de las otras formas artístico-expresivas. Hasta nuestros más excelsos pintores y escultores supieron hacer de sus lienzos y esculturas fantásticos poemas narrativos. 6 .a T radicionalismo . La historia de la Literatura hispana se nos presenta como un río, siempre idéntico a sí mismo y siempre diverso. Un río que, como en el poema de Gerardo Diego, «a la vez quieto y en marcha / canta siempre el mismo verso, / pero con distinta agua». Resulta ría un empeño perfectamente inútil tratar de descubrir en toda la historia de la literatura universal un caso comparable al de la espa ñola en su tradicionalismo. Es decir, en la persistencia de temas, de motivos, de características y de tendencias artísticas en todo el
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