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98 CARACTEROLOGIA GENERAL DE LA. ciña, Lucas Fernández, La Celestina, Naharro, Gil Vicente, Lope de Rueda, los tres grandes: Lope, Tirso y Calderón. Sí, también Calderón, tan popular para su generación como lo había sido Lope en la suya y de quien llega a decir Unamuno: «Lo más castizo que existe en nuestra literatura castiza es nuestro teatro, y, dentro de nuestro teatro, el de Calderón». Intensamente populares lo fueron también Alarcón, Guillén de Castro, Moreto, los Moratín, García de la Huerta, Ramón de la Cruz, y los románticos: Duque de Rivas, García Gutiérrez, Hartzenbusch y Zorrilla; y Bretón de los Herreros con su costumbrismo, y Ayala, tanto en su teatro histórico como en el de alta comedia, y Tamayo con su preocupación moralizadora, y Echegaray, verdadero ídolo de su tiempo no obstante sus trucu­ lencias, y Benavente, y Marquina, y muchos de los actuales a cuya popularidad está contribuyendo no poco la pequeña pantalla. Y como final de esta visión sobre el teatro y su popularismo no puedo menos de hacer míos unos conceptos de Unamuno: «La vida toda del teatro español se concentra en el juego mutuo y la lucha entre el elemento popular y el erudito, lucha que acaba con el triunfo del primero... Por ministerio del pueblo revivió el teatro a lozana vi­ da... El elemento popular, mejor o peor informado, es la sustancia vivífica de nuestro teatro y la raíz de su grandeza... El teatro es la expresión más genuina de la conciencia colectiva del pueblo». Y popular en alto grado ha sido igualmente casi toda nuestra novelística, pues populares lo fueron en su tiempo incluso las nove­ las de caballería y las pastoriles, y las sentimentales, porque unas y otras, a pesar de sus fantasmagorías y adulteraciones del senti­ miento, supieron hablar al pueblo con ideas y lenguaje acomodados a su circunstancia cultural. Popularísimo —huelga decirlo— fue Cervantes, y lo fue la novela picaresca. Populares lo fueron también la novela histórico-romántica, y la realista, e incluso la de tesis, sobre todo con Galdós; y los novelistas del 98. Y populares a su modo lo son algunos de los modernos novelistas, a pesar de que su talla se quede bastante más abajo del nivel marcado en este género por los grandes cultivadores del género más allá de nuestras fronteras. Así pues, sin acojernos a manidos ditirambos, pero también sin encerrarnos en encogidas timideces, podemos proclamar bien alto que los autores españoles, salvo algunas muy raras excepciones como las anteriormente apuntadas, han buscado siempre el con­ tacto con el pueblo para hallar hontanares a su inspiración, han escrito para el pueblo al que comprendían y apreciaban y se han afanado noblemente en ser a su vez comprendidos y gustados por

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