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ABILIO ENRIQUEZ CHILLON 6 9 hecho, otros más particulares en cada uno de los individuos de esos grupos o familias. No se necesita — creemos— poseer una captación radárica analítico-literaria excesivamente sensible para apreciar, p. ej., que hay un algo, o unos algos, en la Literatura Española que sería perfectamente inútil el intentar hallarlos en ninguna otra de las literaturas conocidas, o a lo menos en las mis­ mas proporciones y con idénticas características que en la nuestra. Precisamente —y en esto estriba nuestra posición contraria— ese algo, o esos algos, es lo que confiere a las bellas letras espa­ ñolas esa personalidad típica y única por la que se distinguen inte­ gralmente de las francesas o de las italianas, por ejemplificar con casos de individuos pertenecientes a la misma familia románica. Como, a su vez, las italianas o las francesas tienen otro algo, u otros algos, privativamente suyos, constitutivos congénitos de su peculiar personalidad artístico-literaria, que las hace, a todas luces, diferentes en fondo y forma, en sensibilidad y en valores expresi­ vos de sus otras compañeras de grupo lingüístico. Pues bien, ese algo, tan privativo o identificador de cada una de las literaturas individuales, es el resultante lógico, casi mate­ mático, de la suma de sus notas característicamente personalizan­ tes. Como la personalidad humana viene a ser la suma resultante de un conjunto de cualidades y defectos combinados de una ma­ nera peculiar y única en un individuo. Y, del mismo modo que hay rasgos fisiognómicos y temperamentales comunes a un grupo étni­ co — el aire de familia, que decimos— hay también otros, sin que aquellos desaparezcan o sirvan de obstáculo a éstos, perfectamente individuantes de cada uno de los miembros de esa familia. Esos rasgos por los que Pedro es completamente distinto, sin dejar de serle parecido, de Andrés, su hermano. Todo lo cual tiene también una aplicación de exacta correspondencia a cada uno de los indi­ viduos de las diversas familias literarias. Es decir: nosotros sos­ tenemos que, si hay constitutivos literarios capaces de caracteri­ zar a las literaturas romances, como decíamos, también los puede haber para hacerlo con la Española, la Italiana o la Francesa. Por otra parte, las obras literarias relevantes son siempre, y mucho más en los casos de máxima exponencia racial o humana de sus creadores, la expresión quintaesenciada de una de esas indi­ vidualidades étnico-literarias que vulgarmente denominamos pue­ blos. Así, la Ilíada, p. ej., es la quintaesencia literaria del pueblo griego; la Divina Comedia, del italiano; el Quijote, del español, etc., etc. No queremos decir con esto que todo lo que fue el pueblo griego a lo largo de su brillante historia, o el italiano o el español

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