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9 2 CARACTEROLOGIA GENERAL DE LA. forme a lo largo y ancho de todo su existir. En unas épocas, en unas literaturas y en unos autores, la proporción mayor ha corres­ pondido al idealismo y en otras y en otros al realismo. Y casi siem­ pre y en casi todos ellos y ellas — exceptuadas las literaturas clá­ sicas en sus siglos áureos— la proporción o desproporción han sido exageradas. Estas mismas oscilaciones podemos fácilmente observarlas en la historia de nuestras bellas letras. Pero tenemos a nuestro favor el no haber llegado nunca, salvo en obras de reconocida inconexión y escasez, a desproporciones desmesuradas y menos aún antiesté­ ticas. Sin embargo, a lo vertical y horizontal de nuestra historia literaria, es perfectamente detectable en nuestras letras una sen­ sible inclinación hacia el realismo y en consecuencia una prepon­ derancia notable de obras marcadamente realistas. Y esto desde sus mismos comienzos hasta el momento actual y en todos los gé­ neros literarios, épico, lírico, dramático y novelístico. Hasta en la mística podemos advertir esa preeminencia del realismo. ¿No es deliciosamente realista nuestra Santa Teresa de Jesús? Y, aunque con menos garbo, casi todos nuestros escritores ascético-místicos acompañan a la monja andariega por esos caminos tan españoles. En este caminar los senderos del realismo todos nuestros buenos escritores han demostrado un fino instinto de atinada observación psicológica y de buen gusto literario. La base — ojo: la base— de toda belleza literaria hay que buscarla en la realidad, pues es allí donde se encuentra su hontanar más auténtico y perenne. Pero no debe echarse en olvido que lo que solamente es real no siempre es bello y hasta puede ser lo más opuesto a la belleza. Mas aun esto es susceptible de ser representado y expresado bellamente. Dante lo supo hacer sublimemente hasta del infierno. Por eso decía muy certeramente Balzac que «la misión del arte no está en copiar la naturaleza, sino en darle expresión». Y ya Bacon había dicho tam­ bién «Ars est homo additus naturae». Es cierto, cómo no, que la realidad vive, y vive exuberantemente, ofreciendo en esa vida unos elementos estéticos de primer orden que el arte — y el literario es­ pecialmente— no puede ignorar ni menos despreciar. Hasta noso­ tros mismos nos hallamos inmersos en esa realidad y no tenemos más remedio que vivirla. Lo que le importa al artista no es tanto vivir esa realidad cuanto convertirla en vivencia para su arte. Emnero, no es menos cierto que también existen la fantasía, la imaginación y el sentimiento, con unas posibilidades estéticas enor­ mes, y que le han sido dados al hombre para que los utilice inteli­ gentemente a la hora de escribir con belleza. Asesinar o sencilla

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