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88 CARACTEROLOGIA GENERAL DE LA. alguna manera su propio yo o parte de él. Su obra no sobrevivirá si no encarna en ella algo de su ser personal. Cuando el artista no logra esta encarnación, sus obras —ya no creaciones— se reducen a meras copias de otros originales. Ya Bacon decía muy atinada mente que «el arte es el hombre añadido a la naturaleza». Un buen captador del arte literario no podrá nunca resignarse a ver en el poeta a un saltimbanqui de temas más o menos poéticos y menos aún a un fullero de versos. Lo que se desea y se le exige al artista literario es que sea un pintor de la vida a través de la suya. Que se nos presente, y nosotros lo percibamos, como un ser que piensa, que ama, que tiene conciencia, que es capaz de sentir una pasión y un hondo arrepentimiento; humano en una palabra, pero él. Sin embargo, no nos desagradaría menos el verlo convertido en un ególatra o un egoísta. El artista literario no puede reducir toda la realidad a su yo. Ni tampoco interpretarla únicamente como referida a ese yo o desde ese yo. Eso constituiría el inadmisible subjetivismo artístico. En el cielo y en la tierra, diríamos paro diando a Hamlet, hay bastantes más cosas que nuestro yo insig nificante. «Mi idea es, dice Unamuno en uno de sus ensayos, que el español tiene, por regla general, más individualidad que personalidad». Lamentablemente este dicho, fruto de una certera observación psicológica, lo desvirtúa luego con inoportunas exageraciones. Y para otro pensador y analizador del carácter hispano, Angel Ganivet, el ideal jurídico de éste sería «que todo español llevase una carta de privilegio compuesta de un solo artículo, redactado en estos términos, breves, pero contundentes: «Este español queda autori zado para hacer lo que le dé la gana». Todavía hoy estamos ofre ciendo a! mundo turístico una prueba fehaciente de nuestro recal citrante individualismo con esa frase-reclamo de nuestros carteles anunciadores, «España es diferente». Y este «feroz» individualismo es lo que ha hecho de España el país más anárquico. También en el arte. Nuestros literatos, como en genera! todos nuestros artistas, han triunfado mucho más por su individualismo que por lo que pudiéramos llamar su solidarismo. A este segundo, en realidad, nunca se ha llegado apreciablemente entre nosotros. Este individualismo y la consiguiente falta de solidaridad artís tica han ocasionado el que en España se hayan podido dar tantas tendencias y tan pocas o ninguna escuelas en cualquiera de los ámbitos de las Bellas Artes. Es indudable que en este fenómeno habrán influido bastantes concausas, pero todas ellas, me parece, son perfectamente reducibles a este tozudo individualismo nuestro.
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