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ABILIO ENRIQUEZ CHILLON 85 retoque y mejoramiento, «de castigo», que diría Cicerón. Al fin y al cabo, si no tiene una aplicación literal a nuestro caso la obser­ vación, muy certera por lo demás, de nuestro Quintiliano, «la fa­ cultad de improvisar es el más bello fruto del estudio y la mejor recompensa de un largo tiempo de trabajo», siempre a lo menos será verdad el dicho horaciano de que «nada sin grave trabajo dio la vida a los mortales». Y también el de Juan Ramón Jiménez, «corregir es crear, tanto como lo es inventar». Y el mismo super- espontáneo Lope dice en una de sus obras: «...y ríete, Laurencio, de poeta que no borra». Lo que sí quiero decir — y sólo esto— es que en todas, o casi todas, nuestras obras artístico-literarias se da en una proporción muy considerable ese azogado elemento que llamamos improvisación. La laboriosidad metódica y la constancia elaborativa no han sido hasta ahora características precisamente hispánicas. Ya lo advirtió Gracián y agudamente, cómo no, en su Oráculo Manual: «Hay al­ gunos hábiles únicamente para empezar; saben inventar, pero no continúan, por la inconstancia de su espíritu; otros se rinden a la impaciencia; y ésta es la falta natural de los españoles». Y el conde von Schack admira en los españoles una rapidez, una susceptibili­ dad, una movilidad, de espíritu que el hombre del Septentrión ape­ nas concibe. Entre nosotros se han dado siempre muchos más proyectistas que constructores. Y los ruedos de nuestras letras se han visto invadidos, mucho más que los otros, de «espontáneos». A nadie se le puede ocultar que en la maternidad de las artes his­ pánicas han venido a luz más hijos debidos a la inspiración genial de momentos felices que a la gestación madurada de largos es­ fuerzos. No resisto a la tentación de traer a estas páginas una larga cita de Arturo Farinelli, gran conocedor y admirador de la Literatura Hispana. «A algunos de los más selectos espíritus de España es común aquella fuerza incial del pensamiento, la intuición rápida, el vigor, la lozanía de creación que vemos sobresaliente en Calde­ rón... Este pasar rápido, este tocar sin permanecer en los abismos y laberintos del alma, este adivinar genialmente sin persistir en el íntimo estudio, la falta de gradación y desenvolvimiento psicoló­ gico, este aborrecimiento instintivo de las sutilezas de análisis de las pasiones humanas, puede advertirse en muchos escritores y poetas españoles en cualquier edad, que no sean los modernísimos, atraídos por el arte ruso de un Dostoyewski o de un Tolstoi, tan opuesto al arte sanísimo y de extrema sobriedad de los españoles del buen tiempo antiguo».

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