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ABTLIO ENRIQUEZ CHILLON 83 cualidad de casi todos nuestros escritores tengamos una confir­ mación del influjo del medio geográfico. Quizás porque nuestros genios e ingenios se han sentido traspasados de esa luz meridiana de nuestro cielo y de nuestro sol y porque se han sentido anegados la mayor parte de ellos en esa diafanidad translúcida de nuestras altiplanicies, se han expresado luego con tan diáfana claridad. Pero nuestros escritores no sólo han sido naturalmente claros. Han buscado también esa claridad. Ellos podrían decir igual que Goethe: «Yo me declaro del linaje de esos que de lo oscuro aspiran a lo claro». Y han aspirado a esa claridad porque les interesaba ser com­ prendidos mucho más aún que admirados. Si alguien ha escrito para ser entendido, ese alguien han sido nuestros mejores literatos de todos los tiempos. Ellos van derechos a las cosas, como nuestros espadas a los toros. Por eso mismo cuidan de ser precisos, tanto en las ideas como en la forma. No uso el término concisión porque no lo considero adecuado. Entre nosotros no abundan los escritores concisos, pero sí, en cambio, los precisos. Y es que para todos ellos seguía y sigue siendo válido el dicho horaciano: «Sin brevedad no puede ser ágil el discurso». Pero en la práctica, si no en la mente, también han tenido en cuenta el de Saavedra y Fajardo: «ser breves sin oscuridad». O tal vez el célebre de Gracián: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno». Lo que también, con otras palabras, ya había expresado bellamente el Príncipe de nuestros ingenios: «No hay razonamiento que, aunque sea bueno, siendo largo, lo parezca». Y a todos ellos me los supongo igualmente en buena dis­ posición para haber suscrito estos versos de Unamuno: «Dinos en pocas palabras / y sin dejar el sendero / lo más que decir se pueda, / denso, denso». Si la claridad es la primogénita de la sencillez, el puesto segundo en su genitura le corresponde a la naturalidad. La naturalidad del genio hispano es ebriamente desnuda, pero púdica; adámica. Si no sonara a profanación, diríamos que es naturaleza en estado de gracia. Esta naturalidad hispana es una ecuación de primer grado — por lo sencilla— entre el modo de ser y la forma de expresarse. Al ser sobrio le corresponde adecuadamente expresarse con natu­ ralidad. Por ser lo que es y por ser fiel a sí mismo, el sobrio evitará lo afectado, lo rebuscado, lo antinatural. Se siente fraternalmente unido a la historia en su naturalidad cotidiana y desdeña lo qui­ mérico, lo fantasioso, lo artificial. Su escribir es efusión de su ser.

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