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8 2 CARACTEROLOGIA GENERAL DE LA. latín, no menos que la cualidad de crueldad, la de valentía y audacia osada hasta el heroísmo. Y es curioso que estos mismos calificativos sean también los que más prodiga a los hispanos el ponderado y equilibrista Tilo Livio en sus famosas Décadas. Plinio, en cambio, admira ya en la ciudad de Sagunto la «fortaleza muy noble por su fidelidad». Pero nuestro compatriota Lucano en este verso de su conocida Farsalia «y Sertorio, exiliado, movilizó a los fieros iberos», vuelve a usar para calificar a los hispanos el epíteto más repetido por Horacio. Pero es quizás entre los romanos Trogo Pompeyo, historiador de la época augustea, el que con más penetrante psicología o con más fina observación caracteriza a los iberos, destacando en ellos su «severa y estricta frugalidad». A lo menos es muy cierto que después de dos mil años, sin haber desmentido nunca nuestras cualidades de audacia, valentía y fidelidad, es esa dura y frugal parsimonia la que sigue siendo uno de los rasgos más acusados de nuestro somatismo celtibérico. Mas no es sólo en lo somático en lo que aflora esa parsimonia o sobriedad celtibérica. También en lo anímico se ve ella parale- lizada por una austeridad de tipo ascético en virtud de la cual nues tra psiqué llega a la casi inmunidad de necesidades no apremiantes. Esa nuestra psiqué busca y reposa en lo sustantivo, despreciando, o desdeñando al menos, lo accesorio. Y a impulsos de esa misma so briedad navega rauda por los mares o los espacios del mundo de las ideas. Rumba siempre hacia las capitales y básicas, hacia las de va lidez universal, sin que le seduzcan cosa retorcidas sofistiquerías o complicaciones sutiles. Su línea más constante en el obrar es la recta, en verticalidad u horizontalidad. Lo curvo y quebrado no le va. Incluso le fastidia. Hasta en su arquitectura barroca hay una preponderancia de lo rectilíneo. Recuérdese, para ejemplo, lo herre- riano escurialense. Con todo, nuestro rectilineísmo es más dinámico que estático, más de impulso que de quietud. Como no podía ser por menos, esta sobriedad somática y psi cológica implica en el escritor hispano una propensión constante a la sencillez, a la llaneza, que diría D. Quijote, «porque toda afec tación es mala». Hija legítima y primogénita de esa sencillez en el estilo es la claridad y transparencia en la expresión. Claridad y transparencia que no se oponen, en manera alguna, a la elegancia y dignidad. Como no se oponen la dignidad y elegancia de un ves tido a su sencillez. Cuando el escritor se siente en posesión de la verdad, la expresa claramente. Porque la verdad es luz y toda luz produce claridad. Y, precisamente, tal vez en esta tan universal
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