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A. DE VILLALMONTE 6 1 3) La tesis de la no-causalidad eficiente del Verbo responde, ade­ más, a la doctrina trinitaria sobre la unidad indivisible de las operaciones trinitarias ad extra. Como conclusión de este apartado, parece seguro que todo el c o n te n id o d o c t r in a l que Basly-Seiller quieren encerrar bajo la fórmula «Assumptus Homo», se encuentra también en la cristolo- gía de Duns Escoto. Su peculiar doctrina sobre la unión hipostática y la tesis del primado universal de Cristo. 3. ¿ P o r q u é E s c o to re c h a z a la fó r m u la «A s s um p tu s H o m o » y p o r q u é , n o o b s ta n te , la r e v ita liz a n B a s ly -S e ille r? Partimos del hecho indudable de que Escoto expresamente re­ chaza por inadmisible la fórmula «Verbum assumpsit hominem» (y, por tanto, el llamar a Cristo «Assumptus Homo»); y que Basly- Seiller la tienen no sólo por legítima sino como la mejor expresión de la cristología tradicional (en el sentido más favorable de la palabra), por una fórmula teológica tan lograda que puede ser propuesta como fórmula sintética de toda una concepción cristológica, como lo hacen estos teólogos. Duns Escoto, como todos los teólogos de su tiempo, juzga poco exacta y sujeta a «explicación» la fórmula «Verbum assumpsit ho­ minem»; porque para ellos la palabra «hombre» designa siempre, eil el lenguaje de circulación común, el supuesto, la persona, a menos que se dé «explicación». Por eso, si se dice que el V e r b o a s u m ió a e s te h o m b re , se corre el peligro de decir que tomó una naturaleza humana «personalizada»; o, al menos, se ofrecen mo­ tivos para esta interpretación. Además, se pensaba que tal fórmula había quedado desautorizada por la «autoridad» del Papa Félix, según dice expresamente Santo Tomás. Escoto no cita esta «auto­ ridad», por eso no es tan tajante en rechazar la fórmula como lo fue Santo Tomás; pero también sobre ella dice el «non tenetur». Por lo que se refiere a Basly-Seiller no tienen inconveniente en readmitir la fórmula rechazada por los grandes escolásticos. Los motivos eran estos: Por una parte la fórmula tiene un arraigo muy profundo y constante en la tradición de los Padres. Aun después del siglo xm muchos teólogos no la encuentran digna de ninguna censura. Por otra parte, la palabra «hombre» en el lenguaje co­ rriente no significa concretamente ni la persona ni la naturaleza, sencillamente no distingue, porque el lenguaje corriente no tiene base para distinguir. Todo individuo de la especie humana es per­ sona. Ni el lenguaje popular ni el lenguaje filosófico pueden distin

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