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3 6 4 CAR LO S DE V IL L A P A D IE R N A nombre de Señor. El himno de Filipenses 2, 5-11 y la carta a los hebreos siguen el esquema anonadamiento-exaltación: «El cual, siendo de condición divina, no consideró como tesoro codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la con­ dición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y tenido en lo externo como hombre, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre que está sobre todo nombre, a fin de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre». Dios se glorifica en cuanto Padre, al constituir a Jesús, humi­ llado y crucificado, Señor de todo el mundo. Pablo, no obstante, prefiere la antítesis muerte-resurrección. Ordinariamente los nom­ bres de Padre e Hijo los hallamos relacionados con el mensaje de la resurrección: «Pablo, siervo de Jesucristo, apóstol por llama­ miento divino, elegido para el evangelio de Dios que previamente había prometido, por medio de sus profetas, en las Sagradas Escri­ turas, acerca de su Hijo, nacido del linaje de David, según la carne; constituido Hijo de Dios con poder, según el espíritu santificador, a partir de su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Nues­ tro Señor» (Rm 1, 1-4). El Hijo, que según la carne desciende de David, es constituido Hijo de Dios solamente después de la resu­ rrección. Se adivina la escena de una entronización celestial en la cual Dios proclama hijo suyo al crucificado y resucitado para en­ tregarle el reino. Lo que se confirma con la afirmación de que Cristo, al fin de la historia salvífica, entregará el reino al Padre (1 Co 15, 24). El Hijo ha recibido el imperio del Padre por la resu­ rrección y exaltación y tiene que devolvérselo una vez que haya sometido a los enemigos, a fin de que Dios lo sea todo en todas las cosas (15, 28). Este pasaje, de difícil explicación, nos da la razón por la cual el título de Padre se asocia con el mensaje de la resurrec­ ción: no sólo porque la resurrección equivale a la generación de una nueva vida, sino ante todo, porque constituye la introducción al acto supremo del drama de la salvación, en el cual la gloria del Padre revelará su autoridad universal. Pablo emplea la fórmula «Dios y Padre de nuestro señor Jesucris­ to» en textos litúrgicos y asocia muy frecuentemente con el nom­ bre de Padre el concepto de gloria (Ef 1, 17). Esto quiere decir que para el apóstol los títulos de Hijo y Padre son ante todo nom­ bres de dignidad y señorío. Con ellos se indica que entre el Padre y el Hijo existe plena unanimidad de pensamiento, de voluntad y de

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