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362 C AR LO S DE V IL L A P A D IE R N A En este sentido deben ser comprendidas ciertas fórmulas que, tomadas aisladamente y desligadas de todo el contexto bíblico, podrían sugerir una inmanencia de Dios en el hombre y abrir el camino a una mística bien diferente dé lá religión bíblica (Cf. Ef 4, 6), donde las palabras «en todo» deben conjugarse con las otras «por encima de todos». • Lo que marca mejor la originalidad de la religión de San Pablo y del N. Testamento en general es la relación entre la doctrina del Dios único y la cristología. San Pablo intenta enseñar la existencia de una compenetración profunda entre Dios y Jesucristo. Que un enviado mesiánico de Dios, semejante a un hijo de hombre (Dn 7. 13 ss.), apareciese un día para librar una batalla final, ño consti tuye novedad; está de acuerdo con la esperanza de Israel. Pero lo que la fe del A. Testamento ignoraba era que este enviado era el Hijo del Dios único,, y que Dios revelaría así en qué sentido és verdaderamente Padre. Los autores neotestamentarios, conscientes de lo que había de inusitado en esta revelación, multiplican las expresiones destinadas a poner de relieve la singularidad del puesto de Jesús y el hecho de la manifestación plena de Dios invisible en Jesucristo. Pero es San Pablo quien halla las fórmulas más deci sivas para significar que el Dios eterno y creador se ha hecho en Cristo creatura histórica: «Dios reconcilia consigo mismo al mun do, por medio de Cristo» (2 Co 5, 19); «en él —en Cristo— habita la plenitud de la divinidad» (Cl 2, 9). «Enviando, a causa del peca do, a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, con denó al pecado en la carne» (Rm 8, 3). El Hijo de Dios tiene una historia mezclada con la historia del hombre. El hombre fue hecho a imagen de Dios»; ahora bien, la imagen de Dios es Cristo (2 Co 4, 4; Cl 1, 13-19; cf. 1 Co 8, 6). Los hombres poseen una vida deri vada de su progenitor natural, a quien San Pablo llama Adán. Pero existe también en los hombres una vida superior por la cüal se asemejan a Dios y a su orden eterno. «El primer hombre, Adán, fue ser viviente; el último Adán, espíritu vivificante... El primer hombre, hecho de la tierra, fue terreno; el segundo hombre es' del cielo; cual fue el hombre terreno, así son también los hombres terrenos; y cual es el celestial, asi también serán los celestiales. Y como hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del celestial» (1 Co 15, 45-49). El pueblo de Dios en su peregrinación «bebía de una piedra espiritual que les seguía; la piedra era Cristo» (1 Co 10, 5). De aquí que todas las fuentes de la vida espiritual de la humanidad deban buscarse en El. El acto decisivo del amor de Dios para San Pablo consiste en
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