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CON CEPTO DE D IO S EN SAN PABLO 36 1 superior y personal que se le presenta como fuerza salvadora y como señor eminente»4. Igualmente en Colosenses 2, 9 se habla de «theotes» en sentido activo e histórico. San Pablo para inculcar en los colosenses que es insensato balancearse entre la «filosofía» de los herejes y Cristo, les dice: «porque en éste (Cristo) reside toda la plenitud de la deidad corporalmente». Pablo afirma que la presencia de la pleni tud de la divinidad en Cristo garantiza a los fieles una redención plena y total. En Cristo «han sido colmados», nada falta a su sal vación y sería error pernicioso buscar otra cosa entre los herejes de Colosas. Lo mismo que en Colosenses 1, 19, también en 2, 9, se llama a Dios «la Plenitud», pleroma, para que estemos seguros de que Dios mismo estaba en su Hijo, y que en su muerte y resurrec ción se consumó una redención a la medida de Dios, perfecta en su eficacia y sin otros límites que los de la creación misma (C1 1, 20). La expresión, pues, tiene un alcance salvífico-histórico. Esta concepción de Dios como persona que actúa y salva, que establece una relación vital y existencial con una comunidad his tórica nos muestra la insuficiencia de las nociones de las que se sirven habitualmente los filósofos para designar a Dios: eternidad, transcendencia, etc... y que también se encuentran en San Pablo (1 Tm 1, 7; 6, 15, 16; Rm 1, 20-23; 9, 5). Estas nociones no pueden aplicarse a Dios sin precisarlas. Dios es ciertamente rey de los cielos, creador de todas las cosas, eterno, inmortal, pero está tam bién ligado a la historia de los hombres que ha creado, quiere ser reconocido por ellos, y elige a algunos de entre ellos para ser sus testigos de excepción. Por una parte, Dios no es extraño al mundo que ha creado. Es el Señor; solamente esta expresión, que entraña relaciones interpersonales, conviene a Dios. El hecho de la Encar nación trastrueca el esquema implicado por la noción de trans cendencia. Por otra parte sería también falso pensar que la venida del Hijo de Dios nos da pie para una concepción de la inmanencia de Dios: la relación normal entre el hombre y Dios es la fe y la oración, lo que implica una relación personal con Dios, una distan cia, pues, entre el hombre y Dios. Esta distancia significa no exte rioridad, sino pertenencia: «todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo, de Dios» (1 Co 2, 23). «¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en vosotros, y que lo tenéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis a vosotros mismos? Por que habéis sido comprados a precio» (1 Co 6, 19). 4, C harle ? M asson , L 'Epltre de Saint Paul aux Colossiens, Neuchâtel 1950, 125-127.
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