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CON CEPTO DE D IO S EN SAN PABLO 359 conocimiento que se compendia en una palabra rica en contenido: fe (Rm 4, 3; G1 3, 6). Esta Fe en el Dios único se hace obediencia que debe testimo­ niar que él es el solo Dios. Sirviendo a Dios el hombre se compro­ mete a rechazar todo servicio a los ídolos (2 Co 6, 16; 1 Co 10, 21), a los poderes cósmicos (G1 4, 8), al poder civil cuando no cumple, como representante de Dios, la función de servir al bien común. De este modo el conocimiento de Dios es inseparable de una ética que testimonia que Dios vive con el hombre, que Dios se preocupa del hombre y que Dios es fundamentalmente para el hombre. San Pablo aplica a Dios un número incalculable de calificativos que se refieren a una presencia activa de Dios junto a los hombres, en su historia y en su vida; indican una acción de Dios más que un modo de ser de Dios; Dios es fiel (1 Co 1, 9; 10, 13; 2 Co 1, 18). Dios es sabio (Rm 16, 27); veraz (Tit. 1, 2); misericordioso (Rm 2, 4); justo (Rm 11, 22); Dios es la paz (Rm 15, 33; 16, 20; 1Tes 5, 23; Fl 4, 9)... Dios de la esperanza (Rm 15, 13); Dios del consuelo (2 Co 1, 3); Dios del amor (2 Co 13, 11). San Pablo tiende a evitar las definiciones metafísicas y los tér­ minos abstractos. Solamente hallamos dos términos abstractos (theiotes: Rm 1, 20; y théotes: Cl 2, 9). Pero veremos luego cómo no son tan abstractos como pudiera parecer. Por definición Dios puede ser: omnipotente, omnisciente, omnipresente, pero estos términos deben interpretarse a la luz de la autolimitación de Dios en la En­ carnación, de lo que hablaremos más tarde. La vía negativa, definir a Dios por lo que no es, es extraña a San Pablo. Para él Dios se revela en la historia humana y sobre todo en la Encarnación. Lo que para los hebreos fue el Dios que los liberó de Egipto e hizo de ellos una nación, para los cristianos es el Dios que por Jesucristo hizo una alianza eterna con su pueblo (Heb 13, 20). El juramento de Dios, su promesa, es un tema repetido (Rm 11, 29; 2 Co 1, 20; Heb 6, 17). Cristo el amén de Dios, afirmación de todas sus promesas, es la base dé la esperanza cristiana en la victoria final del Reino de Dios. Esta concepción activa de Dios, se refleja en la constante designación de Dios, en contraste con los ídolos mudos y muertos, como el Dios que vive, que habla a través de la creación, de la historia, y más claramente a través de Cristo (Rm 1, 20; 1 Co 12, 2; 1Tes 1, 9; 1Tm 6, 17; Heb 1, 1-2). Dios, esencialmente viviente y activo, da vida a todo (Rm 4, 17; 6, 23; 1Tm 3, 15). En oposi­ ción a la irrealidad de los ídolos (1 Co 8, 4) él es el único real y verdadero. En este sentido de presencia activa deben interpretarse los dos

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