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358 CAR LO S DF V IL L A P A D IE R N A La clave para descifrar su pensamiento en torno a Dios son unas palabras de la carta a los gálatas: «cuando a Dios, que me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, le plugo revelar en mí a su Hijo, a fin de que le predicase a los gentiles» (1, 15, 16), y otras a los efesios: «por él (por Cristo) unos y otros podemos acercarnos al Padre en un mismo espíritu» (1, 18). Lo que San Pablo afirma de Dios, más que una idea especulativa es un cuadro de experiencia real y personal que le coloca cara a cara con Cristo, y a través de Cristo entra en la familiaridad con el Padre. En Jesu­ cristo, Dios aparece de un modo concreto y vital. De aquí puede afirmarse con Wells2':' «lo qué Pabló enriendé ¡por Dios tiene una apretada semejanza con lo que entiende por Cristo», y con Pascal: «No conocemos a Dios sino a través de Jesucristo». Para hallar el sentido pleno paulino de Dios habría que considerar en su totali­ dad la obra de Cristo. Nosotros, para proceder de un modo más o menos ordenado, distinguimos en las cartas paulinas dos clases de textos con. rela­ ción a Dios: aquellos donde se habla simplemente de Dios, sin relación explícita a Cristo, y. aquellos donde se le llama «el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo». En los primeros,, Dios se presenta como el Dios de toda la alianza antigua, el Dios viviente, único, celoso y misericordioso, el Dios santo a quien los hombres deben obediencia y fidelidad. La unicidad absoluta de Dios forma el sustrato de todo el pensamiento paulino. Siempre que se trata de esta unicidad, se alude al monoteísmo del A. T. como a una tradición indiscutible: con fórmulas como ésta: nosotros sabemos o creemos, en el sentido intenso y absoluto de esta palabra;, «sa­ bemos que el ídolo no es nada y que no hay más Dios que uno» (1 Co 8, 4). Proclamar la unicidad de Dios implica reconocer la nada de los dioses, su ridicula vanidad <1 Co 8, 4; 10, 19) mucho más que su existencia, porque San Pablo, lo mismo que el V. T., reconoce que el hombre puede tener comunicación con los poderes demoníacos; por lo tanto los cultos idolátricos deben ser considerados como una especie de participación en lo sagrado (1 Co 10, 7). Este Dios único quiere ser reconocido por los hombres en su unicidad exclusiva. Este conocimiento no es meramente intelectivo, sino práctico tam­ bién, pues exige que el hombre reconozca concretamente su volun­ tad, sus exigencias, su santidad, su benevolencia y misericordia, un 2. C ita d o p o r C . H . Donn, p . 88.

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