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368 CAR LO S DE V IL L A P A D IE R N A bra que pronunció al principio de su pasión: Abba, Padre (Rm 8, 23-24). La autolimitación de Dios se manifiesta de múltiples maneras: Así su omnipresencia que el cristiano conoce en términos del Es píritu Santo: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» (1 Co 3, 16 ss.; 2 Co 3, 17; 6, 16; Ef 2, 22), esta omnipotencia está limitada por el pecado; «los que no reciben el evangelio de Nuestro Señor Jesús serán alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga, en aquel día, a recibir la gloria en medio de su pueblo santo» (1 Tes 1, 8-9). Su omnisciencia se afirma en términos de un trato activo con las personas: Dios es el Dios que conoce los corazones (Rm 2, 16; 1 Co 4, 5; Heb 4, 13); no es aceptador de personas (Rm 2, 11; 14, 12; G1 2, 6; Cl 3, 25). Sin embargo su conocimiento es limitado, especializado: conoce de antemano a los suyos (Rm 8, 29; Ef 1, 4), eligiéndoles en Cristo para englobar a toda la creación dentro del ámbito de su designio (Rm 9, 11; Ef 2, 10). En otras palabras, San Pablo constantemente presenta a Dios realizando su designio me diante una autolimitación, una especialización y elección. Y así entroncamos al Dios de San Pablo con el Dios del Viejo Testa mento. El verdadero significado de la santidad de Dios se afirma en San Pablo no en sentido segregacionista, sino inclusivo y redentivo. Así en 2 Co 6, 16, la promesa veterotestamentaria: «Habitaré y ca minaré en medio de ellos; y seré su Dios y ellos serán mi pueblo» es aplicada a la iglesia cristiana en su totalidad, tanto judía como griega. El verdadero clima de este designio es la Encarnación mis ma. En un hombre, en una determinada raza, en un tiempo histó rico definido, en un lugar bien concreto, la palabra eterna de Dios se hizo carne. Es lo que se ha llamado el «escándalo del particula rismo». Pero es para salvar al mundo entero por lo que Dios_ se limita a sí mismo. «Dios reconcilia en Cristo a todo el mundo» (2 Co 5, 19). «Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tm 2, 4). La autolimitación de Dios, júntamente con su poder y sabiduría se manifiesta de modo singular en lo que el mundo llama debilidad y estulticia (1 Co 1, 25 ss.; 3, 19; cf. 2 Co 13, 4). Y esta autolimi tación llega hasta el sacrificio; en virtud de la estrecha unión que existe entre el Padre y el Hijo, Dios mismo entra a participar de los sufrimientos causados por el pecado. San Ignacio de Antioquía, en la carta a los Efesios 1, 1 tiene una frase desconcertante: «anat- sopiréantes en aimati zeü»; algunos textos latinos suavizan e inter
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